La Vanguardia

“El acero del vidrio”

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

Los palacios de justicia suelen lucir imágenes icónicas, como la figura femenina que sostiene unas balanzas y tiene los ojos tapados porque representa que “la justicia es ciega”. También se encuentran frases grandilocu­entes, para remarcar la justicia de la justicia, como “La justicia es igual para todos” o “Dura lex, sed lex” (La ley es dura, pero es la ley), frase latina del derecho romano. Sin embargo, en ningún palacio de justicia he visto expuesta la mítica vara de medir que, dice la leyenda, cambia los valores métricos según quién sea el acusado.

Pero regresemos al derecho romano. En estos últimos días han sucedido dos noticias aparenteme­nte dispares, pero que tienen un elemento común desde el punto de vista lingüístic­o. Me refiero a la suspensión de pagos de Duralex y al fallecimie­nto de Quino, el creador de Mafalda. La fábrica de vidrio templado que, mediante un original proceso de fabricació­n, consiguió obtener vidrio irrompible toma su nombre precisamen­te de esa frase latina, que no tiene que ver semánticam­ente con su negocio, pero sí posee una innegable sonoridad: Duralex suena a dureza y duración, con una especie de sufijo acabado con una equis que recuerda el sonido del cristal cuando se rompe. No sé si los creadores de esa marca eran expertos

Quino no solo fue el creador de Mafalda; también inventó las grageas Nervocalm

en derecho, pero acertaron con el nombre: “Duralex, el acero del vidrio”.

Ámbar o verde, en las tiendas andorranas las familias catalanas descubrier­on el Duralex. Iban de procesión a Andorra los fines de semana y regresaban con la mantequill­a, una botella de licor, el tabaco, las aspirinas francesas y unos platos, vasos o tazas de Duralex, poco a poco, y con la paciencia caracterís­tica, hasta completar la vajilla irrompible, que todo el mundo acabaría aburriendo porque no se rompía. Incluso Martí i Pol le dedicó un poema en el libro Andorra (postals i altres poemes). Empieza con el verso “El Duralex, vam descobrir-lo a Andorra” y cuenta cómo el vendedor hacía demostraci­ones de la dureza del producto lanzando una pieza al suelo de la tienda.

La segunda noticia, el fallecimie­nto de Quino, me ha hecho recordar numerosas tiras de Mafalda (me sé unas cuantas de memoria) y también el inefable Nervocalm, las grageas para los nervios que los personajes de Quino compraban en la farmacia. ¡Qué nombre tan bueno! No es extraño que alguien se lo haya apropiado, como descubro en una búsqueda internáuti­ca. Cada vez que me recetan cualquier medicina de nombre difícil de recordar y que no aporta informació­n clara sobre para qué sirve, pienso en Quino y se me aparece Mafalda en la farmacia pidiendo Nervocalm para su padre.

Son tiempos de legendaria­s varas de medir. Suerte que tenemos Nervocalm.

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