El polideportivo cerámico
La Sagrera estrena el complejo municipal Camp del Ferro, en el que se han invertido 16 millones y que alberga tres pabellones, dos subterráneos
En la Sagrera, justo en el límite con Sant Andreu, se alza un nuevo edificio, contundente por su tamaño y su forma, con una llamativa fachada de obra vista cerámica y que muestra solo una parte de lo que es. Se trata del polideportivo Camp del Ferro, que alberga tres pabellones. Solo uno está por encima del nivel de calle. Los otros dos son semisubterráneos, en una misma cota, uno bajo la reurbanizada plaza Albert Badia i Mur. Debía haberse inaugurado el 14 de marzo. Pero ese mismo día entró en vigor el estado de alarma. Desde entonces ha permanecido cerrado. Con el inicio del curso, se ha podido estrenar, aunque a medio gas debido a las restricciones impuestas por la pandemia.
El Ayuntamiento de Barcelona ha invertido 16,3 millones de euros en esta obra, que arrancó a comienzos del 2018 e incluye, además del edificio–con7.300m2 construidos-, el traslado de un colector y la urbanización del entorno, cercano al área de la futura estación de la Sagrera. “Se trata de un gran equipamiento de ciudad para dar respuesta a las demandas territoriales de los clubs”, destaca David Escudé, concejal de Deportes. Las pistas están preparadas para hockey, balonmano, fútbol sala, patinaje, baloncesto... Y actividades deportivas de escuelas de la zona, así como otras para los vecinos. En total, se prevé que tenga unos 3.000 usuarios. Lucia Martín, edil de Sant Andreu, señala que es también “una gran oportunidad para iniciar proyectos vinculados al deporte femenino o a personas con discapacidades o propuestas innovadoras como las gradas tranquilas para fomentar el respeto y valores deportivos”.
El tamaño del complejo no podía suponer un impacto excesivo en el entorno. “Por eso optamos por soterrar dos pabellones y que solo uno sobresaliera de la rasante de la calle”, expone el arquitecto director, Joan Carles Navarro, del estudio AIA, que ha trabajado en este proyecto con Barceló i Balanzó y Gustau Gili Galfetti. El uso de la cerámica, omnipresente y dispuesta de modo singular, tanto en el exterior y el interior, es el elemento más destacado. “Hemos querido incorporar imágenes del barrio, de las fábricas del siglo XIX de obra vista”, añade. Y, en este sentido, establecer un diálogo con el entorno, también con la vecina escuela Llotja, que ha inspirado la cubierta.
“Al soterrar gran parte del edificio, hemos podido ganar un gran espacio publico que entra hasta las gradas del primer pabellón, con capacidad para 480 espectadores”, prosigue Navarro. Frente a la fachada principal, un volumen a doble altura relaciona visualmente las diferentes piezas contiene el bar y los despachos y servicios. Dos accesos verticales, uno a cada extremo, conducen a la otra pista inferior, con 160 asientos, y a la superior, en el que está el tercer pabellón, con 270.
Otros materiales “aportan calidez, como la madera, presente en la escala humana en las pistas, el policarbonato, una doble piel que permite una iluminación natural que no deslumbra, o las celosías en las fachadas”, apunta el arquitecto. Todo contribuye a la eficiencia energética del edificio, el primero de uso deportivo de Barcelona que obtiene la certificación LEED Gold. Mediante 150 m2 de placas de energía solar térmica se calientan 16.000 litros de agua. Y con otros 350 m2 de paneles fotovoltaicos se generan 73 Mwh/año de electricidad.
El edificio dialoga con el entorno a través de los materiales y destaca por su eficiencia energética