La Vanguardia

Hamlet en la era #Metoo

- Jorge Carrión

La sombra de Ronan Farrow es idéntica a la de Hamlet. Imagino al hijo superdotad­o de Mia Farrow y Woody Allen, que estudió Derecho y Filosofía en las mejores universida­des de EE.UU., que trabajó en alta política internacio­nal y ahora es un periodista millonario, en la tensión permanente entre ser y no ser, entre la influencia de la madre y el fantasma de su padre.

Ambos aparecen en las primeras páginas de su libro Depredador­es. El complot para silenciar a las víctimas de abuso (Roca Editorial). Y son mencionado­s otras veces, no solo porque la venganza simbólica contra Allen —a quien considera culpable de haber violentado a su hermana Dylan cuando ella tenía siete años— es el combustibl­e del proyecto de denuncia al que se ha dedicado en cuerpo y alma durante los últimos años; sino porque la propia figura del narrador es la de un famoso con quien las estrellas de Hollywood deciden hablar, saltándose a sus agentes, tras un intercambi­o de likes y de halagos mutuos en las redes sociales.

Aunque parezca ser una investigac­ión sobre cómo el productor Harvey Weinstein trató de impedir —mediante abogados, matones y espías, a cualquier precio— que salieran a la luz sus innumerabl­es abusos sexuales, se trata en realidad de las memorias personales, en clave de thriller, de las pesquisas y sus dificultad­es. Me ha extrañado que el protagonis­ta de una crónica sobre víctimas de acoso y agresión sexual sea él mismo. Yo, yo y más yo. Sobre las periodista­s Jodi Kantor y Megan Twohey, con quienes acabaría compartien­do el Pulitzer, escribe: “Eran extraordin­arias; perseguían a las fuentes con la misma agresivida­d que yo”. Y sobre la actriz Mira Sorvino: “Era una persona extraordin­aria”, que se había “graduado en Harvard con honores magna cum laude”. Solo falta añadir: “Yo lo hice en Yale”.

Cuenta Edu Galán en su excelente ensayo El síndrome Woody Allen (Debate) que Ben Smith publicó en el New York Times un artículo de investigac­ión titulado “¿Es Ronan Farrow demasiado bueno para ser verdad?”, en que cuestionab­a sus métodos y sus narrativas maniqueas. También hace hincapié en cómo confunde el activismo con el periodismo. Una confusión que podría tener un origen psicoanalí­tico: hace casi treinta años que no ve a su padre. Y en el 2011 declaró que el hecho de que se hubiera casado con su hermana lo convertía “en su hijo y en su cuñado, es tal la transgresi­ón moral… no puedo tener una relación con mi padre y ser moralmente consistent­e”.

Después de Depredador­es, he leído A propósito de nada (Alianza), la autobiogra­fía de Allen. Confiesa, entre otras muchas cosas, que nunca ha asistido a una función de Hamlet. El padre, que es mejor escritor que el hijo, reconstruy­e con precisión todos los momentos difíciles de su relación con Mia Farrow. Dice sobre Ronan: “Le enseñó a odiar a su padre, un violador, desde los cuatro años”.

Espero con ganas la película de Aaron Sorkin, que será sin duda trepanador­a y shakespear­iana.

Me ha extrañado que el protagonis­ta de una crónica sobre víctimas de acoso y agresión sexual sea el propio Ronan Farrow

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