Hamlet en la era #Metoo
La sombra de Ronan Farrow es idéntica a la de Hamlet. Imagino al hijo superdotado de Mia Farrow y Woody Allen, que estudió Derecho y Filosofía en las mejores universidades de EE.UU., que trabajó en alta política internacional y ahora es un periodista millonario, en la tensión permanente entre ser y no ser, entre la influencia de la madre y el fantasma de su padre.
Ambos aparecen en las primeras páginas de su libro Depredadores. El complot para silenciar a las víctimas de abuso (Roca Editorial). Y son mencionados otras veces, no solo porque la venganza simbólica contra Allen —a quien considera culpable de haber violentado a su hermana Dylan cuando ella tenía siete años— es el combustible del proyecto de denuncia al que se ha dedicado en cuerpo y alma durante los últimos años; sino porque la propia figura del narrador es la de un famoso con quien las estrellas de Hollywood deciden hablar, saltándose a sus agentes, tras un intercambio de likes y de halagos mutuos en las redes sociales.
Aunque parezca ser una investigación sobre cómo el productor Harvey Weinstein trató de impedir —mediante abogados, matones y espías, a cualquier precio— que salieran a la luz sus innumerables abusos sexuales, se trata en realidad de las memorias personales, en clave de thriller, de las pesquisas y sus dificultades. Me ha extrañado que el protagonista de una crónica sobre víctimas de acoso y agresión sexual sea él mismo. Yo, yo y más yo. Sobre las periodistas Jodi Kantor y Megan Twohey, con quienes acabaría compartiendo el Pulitzer, escribe: “Eran extraordinarias; perseguían a las fuentes con la misma agresividad que yo”. Y sobre la actriz Mira Sorvino: “Era una persona extraordinaria”, que se había “graduado en Harvard con honores magna cum laude”. Solo falta añadir: “Yo lo hice en Yale”.
Cuenta Edu Galán en su excelente ensayo El síndrome Woody Allen (Debate) que Ben Smith publicó en el New York Times un artículo de investigación titulado “¿Es Ronan Farrow demasiado bueno para ser verdad?”, en que cuestionaba sus métodos y sus narrativas maniqueas. También hace hincapié en cómo confunde el activismo con el periodismo. Una confusión que podría tener un origen psicoanalítico: hace casi treinta años que no ve a su padre. Y en el 2011 declaró que el hecho de que se hubiera casado con su hermana lo convertía “en su hijo y en su cuñado, es tal la transgresión moral… no puedo tener una relación con mi padre y ser moralmente consistente”.
Después de Depredadores, he leído A propósito de nada (Alianza), la autobiografía de Allen. Confiesa, entre otras muchas cosas, que nunca ha asistido a una función de Hamlet. El padre, que es mejor escritor que el hijo, reconstruye con precisión todos los momentos difíciles de su relación con Mia Farrow. Dice sobre Ronan: “Le enseñó a odiar a su padre, un violador, desde los cuatro años”.
Espero con ganas la película de Aaron Sorkin, que será sin duda trepanadora y shakespeariana.
Me ha extrañado que el protagonista de una crónica sobre víctimas de acoso y agresión sexual sea el propio Ronan Farrow