Paisaje ante el paisaje
Antes de visitar Can Jaime i n’isabelle, en septiembre, llamé a sus autores, Jaume Mayol e Irene Pérez, y les pregunté por qué en la web de su despacho (TED’A) no se mostraban obras posteriores al 2016. “Hemos estado muy atareados –me dijo Jaume–. Ahora pondremos al día la web. Al revisar nuestra producción hemos contabilizado hasta veintidós proyectos fechados en estos últimos años”.
TED’A es uno de los equipos mallorquines que más ha destacado en tiempos recientes. Su arquitectura enraizada, de ecos tradicionales, pero con un uso refrescante de los materiales cerámicos –verbigracia: los interiores de su reforma en Can Picafort–, les ha granjeado atención y seguidores. Can Jaime i n’isabelle es el primer encargo que recibieron de un cliente ajeno a su familia o amistades. Eso fue en el 2011 y supuso un fuerte estímulo para el estudio, que entregó el trabajo hace más de un año.
Can Jaime i n’isabelle es una vivienda unifamiliar, dispuesta sobre un terreno en pendiente, con espectaculares vistas sobre la bahía de Palma, que abraza el mar refulgente quince kilómetros más allá. Se accede a la parcela desde la calle que limita su cota superior, y la primera preocupación de TED’A fue no arruinar las vistas. Por ello la casa se hunde en el terreno y alfombra su cubierta plana, en la que se refleja la distribución de espacios, con arbustos, hasta casi desaparecer y convertirse en paisaje.
La segunda decisión de los autores fue asociar su proyecto a la tradición local, organizando sus estancias alrededor de una clastra, como en las possessions rurales, en línea con los impluviums romanos o los patios de los palacios palmesanos. Eso les ha permitido disfrutar de un oasis verde interior en una zona árida, de un agradable espacio de relación, sobre planta cuadrada inscrita en el cuadrado (ocasionalmente abombado) de la casa, con sus rincones peculiares, donde se favorecen las ventilaciones cruzadas servidas por el embat que sopla desde el Mediterráneo a mediodía.
Los materiales básicos –y locales– de esta obra son la piedra, el hormigón, el ladrillo y la madera de las carpinterías. Los muros son robustos y gruesos, de 50 centímetros, lo que les da inercia térmica y permite reubicar la piedra que hubo que remover para levantar la obra, y que a veces asoma y revela su presencia entre el revestimiento de hormigón. Dicho hormigón está también en el zócalo de la casa, en la piscina, esencial y hermosa, y por supuesto en la estructura. La obra es discreta y silenciosa desde el exterior, pero arquitectónicamente vibrante en su interior, con dobles alturas y juegos de columnas y envigados vistos, que se extienden hacia la clastra, para sostener un emparrado. Los ladrillos de 25 centímetros, todos enteros, pautan la geometría interior de esta vivienda y se usan también con otros propósitos, con ingenio y sobriedad, como por ejemplo en el remate de la chimenea.
Can Jaime i n’isabelle exhibe un aire inacabado que disgustará a los partidarios del xaletarro mallorquín, reluciente y ostentoso. Pero en ese aire late también una arquitectura deudora de la tradición y, a la vez, personal y creativa, y como tal muy apreciable.