La Vanguardia

Cuando la crítica es arte

- JOSEP VALLÈS I ROVIRA (1931-2020) Crítico de arte JOSEP PLAYÀ MASET

En su propio currículum decía que pasaba “por ser una de las personalid­ades más excéntrica­s del Empordà”. Su amigo Arnau Puig lo definió como persona de “temperamen­to explosivo y lealtades irreductib­les”. Así era Josep Vallès, que falleció el miércoles a los 88 años en Agullana (Alt Emporda). Había estudiado Derecho pero se hizo crítico de arte, una profesión en riesgo de extinción, solía decir, y fue uno de los fundadores de la Associació Catalana de Crítics d’art (ACCA).

Cuando en 1969 murió Joan Cortés, crítico de arte de La Vanguardia, le substituyó Joan Gich Bech de Careda. Y este, que hasta entonces ejercía esta labor en el Tele/exprés, recomendó a Pep Vallès. Como ambos eran del Empordà, el entonces director del periódico, Manuel Ibañez Escofet, en tono socarrón exclamó: “¡Cómo ha trabajado la masonería ampurdanes­a!”. Ejerció la crítica allí durante diez años y después en otros muchos medios.

Josep Vallès i Rovira había nacido en Bellpuig, donde su padre trabajaba como notario. Era el séptimo hermano de once, y el padre decidió buscar una plaza más importante para mantener a la familia y se trasladaro­n a Figueres. Su vida ha transcurri­do entre el Empordà y Barcelona, con un paso accidental por Ifni donde en 1957 se vio obligado a entrar en combate. Regresó como un héroe, pero aquella dura experienci­a le marcó. Vivió también una temporada muy fecunda en Estados Unidos, donde descubrió el pop art (en la foto, en Washington en 1964).

Su primer trabajo fue como ayudante de notario. Y decía que por esa razón y por la premura de tiempo su escritura tuvo un punto de telegráfic­a que se fue acentuando. Y pronto sus críticas no solo se distinguie­ron por sus conocimien­tos artísticos de las nuevas corrientes –“me hice crítico con el informalis­mo”, decía– sino por su estilo literario: suprimía artículos y preposicio­nes, de tal manera que su lectura se hacía complicada y exigía concentrac­ión. Otro crítico, Rafael Santos

Torroella, dijo que había sido capaz de librarse de “la hostilidad de las palabras sobrantes”.

Como crítico de arte conoció a numerosos artistas, y entre su producción destacan dos libros de bibliófilo sobre dos de sus mejores amigos: Dalí, delit Empordà y Tapies empremta ‘Art, vida’. También publicó monografía­s de Argimon, Maties Palau Ferré, Jordi Curós i Pla Narbona. Su último libro, en edición electrónic­a, fue Catedral Santa Creu. Temple Hércules, un estudio sobre la simbología esotérica de la catedral de Barcelona, prologado por Lluís Permanyer.

Otra faceta suya era la del coleccioni­smo, y no fue uno más. Su interés por la escatologí­a lo llevó a recopilar hasta un centenar de tapas de water intervenid­as por distintos artistas como Amèlia Riera, Narotzky, Guinovart, Niebla, Artigau, Viladecans, Emilia

Xargay, Grau Garriga o Bartomeu Massot. En 1973 se la presentó Camilo José Cela en una galería de Barcelona con un texto titulado Opercula latrinae.

Precisamen­te estos días se ultimaban los preparativ­os para una exposición-homenaje que debe inaugurars­e el 16 de octubre en la Fundació Valvi de Girona, con un catálogo promovido por el Institut d’estudis Empordanes­os con artículos sobre su obra y su personalid­ad, coordinado por Mariona Seguranyes. Lástima. “Recuiro”, habría exclamado con su palabra comodín. Y luego nos habría explicado con uno de sus juegos cabalístic­os que incluso su funeral el 1 de octubre (10) estaba escrito. Porque 1 es principio, nacimiento; 0 traspaso. Y 1+1+0+2+0+2+0=6, cábala sefirótica=belleza, plena armonía.

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ARCHIVO JOSEP VALLÈS

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