Cuando la crítica es arte
En su propio currículum decía que pasaba “por ser una de las personalidades más excéntricas del Empordà”. Su amigo Arnau Puig lo definió como persona de “temperamento explosivo y lealtades irreductibles”. Así era Josep Vallès, que falleció el miércoles a los 88 años en Agullana (Alt Emporda). Había estudiado Derecho pero se hizo crítico de arte, una profesión en riesgo de extinción, solía decir, y fue uno de los fundadores de la Associació Catalana de Crítics d’art (ACCA).
Cuando en 1969 murió Joan Cortés, crítico de arte de La Vanguardia, le substituyó Joan Gich Bech de Careda. Y este, que hasta entonces ejercía esta labor en el Tele/exprés, recomendó a Pep Vallès. Como ambos eran del Empordà, el entonces director del periódico, Manuel Ibañez Escofet, en tono socarrón exclamó: “¡Cómo ha trabajado la masonería ampurdanesa!”. Ejerció la crítica allí durante diez años y después en otros muchos medios.
Josep Vallès i Rovira había nacido en Bellpuig, donde su padre trabajaba como notario. Era el séptimo hermano de once, y el padre decidió buscar una plaza más importante para mantener a la familia y se trasladaron a Figueres. Su vida ha transcurrido entre el Empordà y Barcelona, con un paso accidental por Ifni donde en 1957 se vio obligado a entrar en combate. Regresó como un héroe, pero aquella dura experiencia le marcó. Vivió también una temporada muy fecunda en Estados Unidos, donde descubrió el pop art (en la foto, en Washington en 1964).
Su primer trabajo fue como ayudante de notario. Y decía que por esa razón y por la premura de tiempo su escritura tuvo un punto de telegráfica que se fue acentuando. Y pronto sus críticas no solo se distinguieron por sus conocimientos artísticos de las nuevas corrientes –“me hice crítico con el informalismo”, decía– sino por su estilo literario: suprimía artículos y preposiciones, de tal manera que su lectura se hacía complicada y exigía concentración. Otro crítico, Rafael Santos
Torroella, dijo que había sido capaz de librarse de “la hostilidad de las palabras sobrantes”.
Como crítico de arte conoció a numerosos artistas, y entre su producción destacan dos libros de bibliófilo sobre dos de sus mejores amigos: Dalí, delit Empordà y Tapies empremta ‘Art, vida’. También publicó monografías de Argimon, Maties Palau Ferré, Jordi Curós i Pla Narbona. Su último libro, en edición electrónica, fue Catedral Santa Creu. Temple Hércules, un estudio sobre la simbología esotérica de la catedral de Barcelona, prologado por Lluís Permanyer.
Otra faceta suya era la del coleccionismo, y no fue uno más. Su interés por la escatología lo llevó a recopilar hasta un centenar de tapas de water intervenidas por distintos artistas como Amèlia Riera, Narotzky, Guinovart, Niebla, Artigau, Viladecans, Emilia
Xargay, Grau Garriga o Bartomeu Massot. En 1973 se la presentó Camilo José Cela en una galería de Barcelona con un texto titulado Opercula latrinae.
Precisamente estos días se ultimaban los preparativos para una exposición-homenaje que debe inaugurarse el 16 de octubre en la Fundació Valvi de Girona, con un catálogo promovido por el Institut d’estudis Empordanesos con artículos sobre su obra y su personalidad, coordinado por Mariona Seguranyes. Lástima. “Recuiro”, habría exclamado con su palabra comodín. Y luego nos habría explicado con uno de sus juegos cabalísticos que incluso su funeral el 1 de octubre (10) estaba escrito. Porque 1 es principio, nacimiento; 0 traspaso. Y 1+1+0+2+0+2+0=6, cábala sefirótica=belleza, plena armonía.