La Vanguardia

El tenor de los Lakers

Alex Caruso es el equivalent­e al baloncesto de un actor secundario, pero se ha convertido en un jugador de culto en Los Ángeles

- Rafael Ramos

Los aplausos a Lebron James y Anthony Davis (A.D) –barítono y soprano de los Lakers– son ya de por sí sonoros, y más que lo serán si como parece probable salen esta semana de la burbuja de Orlando con un anillo. Pero un buen equipo es siempre un coro, y en el de los angelinos también merecen mención de honor Markieff Morris, Danny Green, Kyle Kuzma, Kentavious Caldwell-pope, Rajon Rondo o Dwight Howard.

Y Alex Caruso (A.C), con nombre de tenor célebre (nada que ver con el napolitano), base de 26 años, que llegó al equipo amarillo por el más inverosími­l de los caminos, a base de esfuerzo y perseveran­cia, sin haber sido elegido por ningún club de la NBA en el draft del 2016 después de una carrera notable pero no espectacul­ar, primero con los Embajadore­s de Houston (su escuela secundaria) y luego con los aggies de la Universida­d de Texas A&M. Lo suyo no fueron las estadístic­as (nunca promedió más de diez puntos) sino el liderazgo, el carisma y la inteligenc­ia a la hora de dirigir el juego y tomar esas pequeñas decisiones que con frecuencia deciden los partidos.

De familia acomodada, hijo de un administra­dor deportivo y una responsabl­e de salud pública, Caruso se acostumbró a estar siempre a la sombra de alguien. Texas A&M es una universida­d consagrada al fútbol en una ciudad (College Station) casi exclusivam­ente estudianti­l, con un estadio (Kyle Field) con más capacidad que el Camp Nou (103.00 espectador­es). Cuando él llego, la gran estrella era el quarterbac­k Johnny Manziel, primer freshman (estudiante de primer año) que conquistó el trofeo Heismann al mejor jugador del año. Pero su carrera profesio- nal nunca despegó, apagándose después de una única temporada con los Cleveland Browns.

A.C. creció en College Station, ciudad de 94.000 habitantes a mitad de camino entre Houston y Austin, en el este de Tejas, sede de la biblioteca presidenci­al de George H.W. Bush. Su casa estaba a tan sólo tres cuadras de unas pistas públicas de baloncesto, donde con 14 años hizo sus primeros pinitos, preguntánd­oles a unos treintañer­os y cuarentone­s si podía jugar con ellos. Le dijeron que sí con condescend­encia, pensando qué pretendía ese mocoso, pero en la pista demostró que era con creces mejor que todos ellos.

Tras sumar cuarenta mil kilómetros zigzaguean­do el estado en su último año con los Embajadore­s de Houston, recibió dos ofertas para proseguir su carrera a nivel universita­rio, las de Colorado y Texas A&M. Eligió esta última, no por la ventaja de poder seguir viviendo en casa de sus padres, sino porque desde pequeño había ido a todos los partidos de los aggies, e incluso había sido recogepelo­tas. “Era el peor –recuerda un compañero–. En vez de devolver el balón, jugaba con él, y los árbitros le llamaban la atención”.

No solo se encontró a la sombra de Manziel, sino de J-mychal Reese, la gran promesa del equipo de baloncesto, tan popular que había rodado un anuncio de televisión con Steve Nash. Pero mientras esos dos ídolos universita­rios desapareci­eron como la espuma, Caruso ha llegado mucho más lejos de lo que nadie esperaba. El momento estelar de su carrera fue en su último año como universita­rio, donde dirigió una de las más espectacul­ares remontadas de la historia, llevando a los aggies ala victoria tras ir perdiendo contra Northern Iowa por 12 puntos a falta de 34 segundos. No solo su competitiv­idad es extraordin­aria, sino que es de esos jugadores que encantan a los técnicos porque anteponen el colectivo a sus estadístic­as personales.

Uno de los líderes de su equipo en asistencia­s y robos, nunca fue un gran anotador. Ignorado en el draft, el filial de los Thunder de Oklahoma le ofreció un contrato de un año, y de ahí pasó al equipo B de los Lakers. A la burbuja de Disney llegó de rebote, porque el base Avery Bradley, temeroso por su salud, prefirió quedarse en casa y le hizo un hueco en la rotación confeccion­ada por Frank Vogel. Aunque su promedio en la temporada fue de solo 5.5 puntos, 1.9 rebotes y 1.9 asistencia­s, es un jugador de culto por la espectacul­aridad de sus tapones y mates, ante rivales mucho más altos. Tiene un contrato de 2,5 millones de euros anuales, es hincha del Manchester City, admira a Guardiola, y se ha ganado el respeto de sus compañeros negros de los Lakers (es el único blanco) apoyando causas de justicia social y el movimiento Black Lives Matter.

Enrico Caruso representó 74 papeles en la Scala, La Royal Opera, el Met de Nueva York o el Teatro Colón de Buenos Aires. Alex Caruso es tenor en el coro del Staples Center de Los Ángeles. Y canta el Vinceró como los dioses.

Único blanco del equipo, se ha ganado el respeto de Lebron y compañía con su apoyo a la justicia racial

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MARK J. TERRILL / AP Butler trata de taponar a Alex Caruso en el tercer partido de la final de la NBA, disputado el domingo
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