Cronenberg regresa a Sitges implantando chips asesinos
El festival del terror cruza el ecuador con ‘Possessor’ y ‘Relic’
No vienen pero están. Que la pandemia haya impedido la presencia física de actores y cineastas de otros países no significa que, de una forma u otra, aparezcan en el Festival de Sitges. Ayer lo hicieron con un mensaje proyectado antes de la película la directora de Relic, Natalie Erika James, y Brandon Cronenberg, que presentó su violenta –y luego aplaudida– Possessor. El hijo de David Cronenberg, que en el 2012 se llevó el premio al mejor director revelación por Antiviral, ha vuelto a Sitges con un thriller de ciencia ficción en el que una compañía secreta organiza sangrientos asesinatos implantando chips en la cabeza de cualquier persona.
Esta vez, algo sale mal. Con la implantación del chip, una agente de la organización puede controlar el movimiento del individuo para cometer los asesinatos (y recrearse en ellos) sin levantar sospecha. Ahora el objetivo de la agente Tasya Vos, interpretada por Andrea Riseborough, es un archimillonario empresario y el verdugo, la pareja de su hija, interpretado por Christopher Abbot.
Las cosas se complican porque el ‘escogido’, resulta más violento que la propia agente y se revela contra la posesión, lo que comprometerá a Vos y a su familia. Además de los impresionantes trabajos de Riseborough y Abbot, el reparto principal lo completa Jennifer Jason Leigh.
La película –el segundo trabajo de Cronenberg tras Antiviral– compite en la sección oficial y figura entre las favoritas junto con otro filme que también se proyectó ayer: Relic, el primer largometraje de la directora australiana Natalia Erika James, que devuelve al espectador al presente, por terrorífico que sea.
En esta película, una madre y una hija vuelven a la casa familiar tras la desaparición de Edna, la abuela octogenaria. La relación entre ellas, la vejez, la demencia y una casa inquietante con protagonismo creciente son los ingredientes del debut cinematográfico de James. La crítica del Festival de Sundance ya aplaudió hace unos meses este filme de terror. “Me encanta el Festival de Sitges y me hubiera gustado estar ahí”, dijo la directora en el mensaje grabado que, por sorpresa del público, se proyectó antes de comenzar la película.
La abuela ha desaparecido y Kay (la hija) y Sam (la nieta) llegan a la casa. La búsqueda dentro del hogar y luego la redada en el bosque son un aperitivo. No hay rastro de Edna pero sí de los múltiples mensajes que ha ido colgando por las paredes para no olvidarse de cosas tan evidentes como cerrar el grifo. Mientras afloran las tensiones entre la veinteañera y su madre a veces en forma de reproche, otras en silencio, aparece Edna preparándose un té como si nada hubiera ocurrido. ¿Es cosa de la demencia o de una casa endemoniada? ¿O quizás la demencia afecta a toda la familia?
Una atmósfera cada vez más asfixiante borra la frontera entre enfermedad y terror. Edna es cada vez más violenta y cuando Kay decide mirar una residencia para su madre, todo se desata. La directora no abusa de los sustos (que los hay) sino que convierte la casa en infierno para alimentar los miedos cotidianos: hacerse mayor, la soledad, las ausencias, los reproches callados, la enfermedad y la muerte.
Otros miedos cotidianos relacionados con enfermedades, pandemias y confinamientos también han tenido ya su presencia en el festival que ayer, tras los cinco primeros días de proyección, cruzó su ecuador. En Contagio en alta mar, de la directora irlandesa Neasa Hardiman, el barco de una bióloga queda inmovilizado tras la aparición de una bestia marina y la contaminación de todo el suministro de agua. Y en Península, Corea entera está confinada por una epidemia de zombis que se propagan mordiendo a humanos.
La australiana Natalie Erika James debuta con un filme de terror que une tres generaciones de mujeres en una casa