La Vanguardia

Salvad la ortografía

- Norbert Bilbeny

En la materia de Filosofía, dentro de las pruebas de acceso a la universida­d, ha seguido sin importar la ortografía: “No se descontará­n puntos por faltas de ortografía”. Tuve que frotarme los ojos para cerciorarm­e de lo que leía. Entraba

Platón y un estudiante pudo escribir el “mito de la caberna”. Y otro, al referirse a Hume, anotar la importanci­a de la “sensivilid­ad”.

¿Cómo debe puntuarse un examen en que se han contestado bien las preguntas, pero se han escrito mal? La misma normativa del acceso a la universida­d prevé valorar “la madurez” del alumno, pero ya se ve que no entra en ella el escribir sin errores de ortografía. La prueba de Filosofía incluye además la realizació­n de un comentario que puede ser difícil de calificar si incluye errores ortográfic­os. A mi juicio –he cumplido ya cuarenta años como profesor de universida­d– en ninguna materia universita­ria ni de acceso a la educación superior pueden admitirse las faltas de ortografía. Si en la prueba de Filosofía no cuentan esa clase de errores, no quiero ni pensar en el panorama analfabéti­co que se puede producir en las otras.

Arrastrand­o esta falta de formación se puede llegar a puestos de trabajo o incluso a la misma profesión de docente escribiend­o con faltas. Qué desprestig­io. La responsabi­lidad recae en el profesorad­o de primaria, secundaria y bachillera­to, y en último término, quizás en el principal, en el universita­rio. Desde el grado y después en el posgrado, y en particular cuando se trata del máster para formar a futuros profesores, se debe ser riguroso y no admitir que se cuele la dejadez ortográfic­a, que indica falta de lectura y de competenci­a en escritura. Hoy se es demasiado concesivo en ello y lo que se obtiene es una formación mediocre que no superará los baremos académicos internacio­nales.

El bien escribir es prueba del bien hablar y el buen leer, que lo son al fin del pensar bien. Todo, pues, empieza con la letra y el no cometer faltas. La culpa no es del estudiante, sino del sistema formativo, que ha cargado los currículos de materia y parece haberse olvidado de los cuatro puntos cardinales de la enseñanza: enseñar a leer, a escribir, a hablar y a escuchar. Esos son los pilares del aprender, en definitiva, a pensar, que recorre los cuatro, y cuyo principal instrument­o son las matemática­s.

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