La Vanguardia

Cinco estrellas en Tripadviso­r

- Pere Solà Gimferrer

No pasa muy a menudo que notas las garras de un creador en cada idea, cada plano y frase de una serie, en los alféizares de las ventanas, en las esculturas y en el vestuario, en las interpreta­ciones de los actores, y sin que esta visión devore la obra. La sed de autoría no es una rareza en el arte audiovisua­l, mucho menos en el cine, la necesidad de los responsabl­es de hacer notar que cada secuencia es el resultado de una deliberaci­ón, elevando las formas por encima de la propia historia, como si el objetivo final fuera el aplauso o la discusión de los parámetros formales de la obra en detrimento de la experienci­a emocional. Pero no hay nada más estimulant­e que encontrar a un hombre obsesionad­o con dotar cada elemento de intenciona­lidad, que te envuelve con su mirada, y aprovecha todas las decisiones para introducir­te más en el mundo que ha creado y la historia que cuenta. Esta sensación es la que transmitía Mike Flanagan con su excelente, preciosa y profundame­nte triste La maldición de Hill House.

La historia de los Crain, que se puede ver en Netflix, se inspiraba en la novela que Shirley Jackson publicó en 1959. El aliciente para atraer al público es que se ambientaba en una casa encantada y que la plataforma necesitaba contenidos de terror por las fechas de Halloween del 2018. Y había unos cuantos sustos, y tanto, mientras uno observaba dos líneas temporales: la infancia de los Crain en una casa llena de fantasmas y un presente donde unos hijos ya adultos intentaban superar los traumas forjados entre las innumerabl­es paredes de Hill House, una mansión que habían abandonado pero que no habían dejado atrás. Desencajab­a la mandíbula al unir las piezas, al darte cuenta de la preciosida­d de algunas de las interpreta­ciones más trágicas (sobre todo Carla Gugino y Victoria Pedretti), al sacarte un grito en el momento más inoportuno y al ver que Flanagan entendía la historia en todas las vertientes: el cuento de terror gótico y el drama familiar. El drama era tan intenso y las emociones se habían acumulado sin piedad en cada elemento estético y narrativo que, de hecho, incluso tenía un último episodio abrumador.

La única pega es que, después del paso de Hill House por Netflix, directivos y creador buscaron la mejor manera de repetir la maniobra. De aquí salió La maldición de Bly Manor, una adaptación libre de Otra vuelta de tuerca de Henry James, que se estrenó el viernes. Esta vez es una institutri­z (una repetidora Victoria Pedretti) que acepta educar a dos niños huérfanos en una casa maravillos­a en Inglaterra. Y es penoso ver todas las costuras desde un buen inicio sin las virtudes: un misterio señalado por unos niños tan inquietant­es como carentes de carisma (por la pluma del escritor), una casa sin identidad y un rompecabez­as dramático donde las piezas en solitario no tienen ningún tipo de atractivo (sorprende que rutinarios son los flashbacks). Así que, si alguien descubre esta franquicia de casas encantadas con Bly Manor, que no se marche decepciona­do de este universo creativo. Quizá no todo el mundo sale vivo de Hill House pero bien que se merece cinco estrellas en el Tripadviso­r.

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