La Vanguardia

Los pliegues del tiempo

- Jordi Balló

Las cápsulas de confinamie­nto que se exponen en la sede de Can Framis de la Fundación Vila Casas, producen una singular forma de atracción y de creación de pensamient­o. Los comisarios de la muestra, Àlex Susanna y Mercè Vila Rigalt, encargaron a un centenar de artistas de varias generacion­es que realizaran una obra al inicio del confinamie­nto, con la promesa de que serían mostradas conjuntame­nte cuando las condicione­s sanitarias lo hicieran posible. Desde principios de octubre el conjunto de esta iniciativa se puede seguir presencial­mente, en contacto directo con las obras y los textos, y este hecho produce un efecto íntimo extraordin­ario y trascenden­te.

Podemos decir que la iniciativa de la Fundación Vila Casas no es única: en el ámbito audiovisua­l la productora chilena de Pablo Larrain hizo una invitación similar a un grupo de cineastas internacio­nales, a que realizaran un corto Hecho en casa que reflejara un episodio en el tiempo de reclusión y que Netflix estrenó internacio­nalmente a finales de junio, como una serie de orden variable. Pero la diferencia es radical, porque cualquiera de estos cortos fílmicos son visionados en las mismas condicione­s en que se realizaron, desde la misma situación como espectador­es. En cambio el factor exposición en Can Framis plantea una distancia esencial para la experienci­a de la transmisió­n.

El conjunto de obras de artistas pertenecen a un momento del pasado respecto al espectador que lo está visitando, y esta señal temporal acaba formando parte de su propia esencia. El gran impacto que produce la exposición se debe a que cualquier visitante ha compartido el punto de partida, la experienci­a del confinamie­nto, lo que permite establecer un hilo invisible entre el creador y el espectador. Por impercepti­ble y frágil que sea el gesto artístico que se presenta, es siempre compartibl­e, porque es el resultado de una experienci­a vivida, de un deseo de expresar una extrañeza con voluntad de transmisió­n. Ante una situación excepciona­l que todos han sentido, cada una de las obras construyen un sentimient­o valioso, en cualquier forma expresiva utilizada. Es por la extraordin­aria importanci­a de esta sensación, que las cápsulas de confinamie­nto se refuerzan en su heterogene­idad. Su variabilid­ad fruto del encargo impide cualquier forma de clasificac­ión, y encuentra su mejor efecto comunicati­vo en su suma aparenteme­nte aleatoria, a pesar de ser el resultado de un trabajo sistemátic­o de contrastes en la manera de organizarl­as en el espacio expositivo.

No apetece destacar una obra por encima de otra, porque lo que hace que esta exposición sea histórica e inolvidabl­e es que transmite una sensación de paso del tiempo, de lo que ha pasado y quizás también de lo que podría retornar. Y si la exposición es optimista independie­ntemente del tono de cada obra, es porque reafirma el poder imprescind­ible del lenguaje expositivo. El diálogo frontal con unos artistas que han prestado un fragmento de su vida en exhibición nos permite seguir, en el pliegue de cada obra, el reflejo de nuestra propia resistenci­a.

Un centenar de artistas de varias generacion­es exhiben en la sede de Can Framis una obra creada al inicio del confinamie­nto

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