¿Qué es un minuto de silencio?
La Bienal de Pensamiento abre con una poética revisión de nuestra relación con la naturaleza
Ni populismo, ni crisis económica, ni revolución del género... Ni siquiera Donald Trump, aunque sí apareció su vicepresidente, y tampoco para bien. La apertura ayer de la segunda Bienal de Pensamiento de Barcelona sacó a los humanos del centro del debate y los colocó en un tablero más complejo de relaciones mutuas con los animales, con las plantas, con eso que llamamos culpablemente “naturaleza”.
Y por eso la primera charla de la Bienal en la plaza Joan Coromines del Raval con 400 espectadores la protagonizaron en escena dos filósofas, la estadounidense Donna Haraway y la belga Vinciane Despret, que ofreció una particular y aplaudida performance sonora, pero sobre todo la protagonizaron el canto de los pájaros y el sonido de las plantas bajo el viento que ya no escuchamos. O la muerte masiva de aves que caen a plomo del cielo en estos momentos en EE.UU. porque los grandes incendios les obligan a emigrar y no les dejan comida, de modo que mueren extenuadas en masa mientras vuelan a su siguiente hogar.
Y, sobre todo, la protagonizó el silencio, el que no tenemos habitualmente en nuestras sociedades. O el extraño silencio del confinamiento, en el que los presos con los que trabaja el marido de Haraway se pasaban 23 horas en las celdas y acababan escuchando las lágrimas de otros. O el silencio que le tuvo que exigir seria la candidata Kamala Harris al aún vicepresidente de EE.UU. Mike Pence en el último debate electoral ante, dijo Haraway, su acoso verbal: “Estoy hablando, estoy hablando yo”. Un comportamiento muy diferente, como mostró Despret, al de los animales: no solo, por ejemplo, porque los silencios, las pausas, son claves para que las alondras espacien su canto y se comuniquen, sino porque en general, subraya, en la naturaleza no hay una cacofonía de sonidos como la humana, una antropocacofonía. Los animales comparten su espacio sonoro de modo que sus sonidos se puedan percibir de manera aislada, componen juntos y con lo que les rodea, el viento, el agua, los movimientos de vegetación, comparten frecuencias, se las reparten, afinan entre ellos, acuerdan los silencios, se reparten los turnos de palabra.
Despret habló del silencio como espacio para sentir otras cosas, para escucharse, para invitar al diálogo. Quizá también para encontrar el turno de palabra con los que no son humanos pero están unidos inextricablemente a nosotros. Y nosotros, a ellos. Un silencio en el que Haraway puso los sonidos de los presos, de los pájaros que caen a plomo y también de la desigualdad, de los que como ella incluso encerrados disfrutan del sonido del mundo en su casa en el campo –desde la que se conectó por videoconferencia al acto– frente a una alumna suya que trabaja en hostelería y sus hijas pequeñas, que encerradas ahora en casa sin colegio ya solo escuchan el sonido de Tik Tok.
Haraway se preguntó “cómo generar un nosotros más plural y que tenga sentido en un viaje personal” y Vinciane Despret, desde el escenario donde hizo escuchar al público agua y pájaros en su performance, le respondió interrogándose sobre qué significa guardar un minuto de silencio. Para qué sirve. Qué hacemos cuando lo respetamos, qué tendría que ser. Quizá, concluyó la belga, para recordar, para hablar con los que ya no están más, también los pájaros caídos del cielo. Un minuto para guardar la memoria y comenzar a recomponer nuestra relación con el mundo.
Las filósofas Haraway y Despret dejaron el protagonismo del acto al sonido de los pájaros y al silencio