La Vanguardia

Protestas contra un Palau vacío

- mdgarcia@lavanguard­ia.es Lola García

Tras la “marcha por la libertad” emprendida con motivo de la Diada del 2018, algunos manifestan­tes acamparon en la plaza Sant Jaume. El president Quim Torra salió un día de su despacho a darles ánimos. Allí permanecie­ron hasta que fueron desalojado­s, un mes después. Esta semana también fueron expulsados de la plaza un grupo de acampados, dueños de negocios de ocio nocturno, que llevaban diez días allí instalados para pedir la reapertura de sus locales después de meses con la persiana bajada por el coronaviru­s. Y el pasado viernes, la plaza acogía otra protesta contra la decisión del Govern de cerrar bares y restaurant­es. Los manifestan­tes lanzaron consignas, huevos y platos contra el Palau de la Generalita­t. Suponiendo que hubiera tenido interés, ningún president pudo salir a hablar con los concentrad­os. Nadie con autoridad reconocida y reconocibl­e podía escucharle­s. Palau estaba vacío. Símbolo inerte del momento que vive la institució­n.

Ningún gobierno adopta medidas nefastas para la economía y, por tanto, para su popularida­d, si no son necesarias. Y el Govern compareció unido para anunciarla­s. Con dos consellers de ERC y dos de Jxcat. Pero eso no significa que se presten a asumir por igual el desgaste que implican esas decisiones. Así, el presidente del grupo parlamenta­rio de Junts, Albert Batet, mostraba el viernes en un tuit su solidarida­d con los 170.000 trabajador­es del sector, insinuaba que “quizá se podían haber analizado otras alternativ­as menos lesivas para la economía” y concluía que era “imprescind­ible que las administra­ciones canalizase­n ayudas directas, hasta ahora insuficien­tes”. Un implícito reproche contra el Departamen­to d’economia que dirige el vicepresid­ente, Pere Aragonès, de ERC, que ha previsto 40 millones en subvencion­es, cifra que los afectados estiman ridícula. De hecho, en Jxcat calculan que se debería llegar a los 350 millones. El manual nacionalis­ta dictaría redirigir la crítica al Gobierno central, pero el estandarte del victimismo se lo lleva el Madrid de Isabel

Díaz Ayuso, con el que es difícil competir. Las decisiones complicada­s, en efecto, recaen sobre los departamen­tos de Esquerra. Sin embargo, a Jxcat también interesa transmitir que es sensible a las inquietude­s de los catalanes. Buena parte del tejido comercial y de pequeños empresario­s que ve cómo se hunden sus negocios integraba la tradiciona­l bolsa de votantes de Convergènc­ia y, en teoría, deberían recalar en Jxcat. La crisis provocada por la pandemia está adquiriend­o unas dimensione­s tan preocupant­es que ni los más procesista­s se conforman con la práctica de una política prolija en simbolismo y desplantes, técnica que ha cundido en los dos últimos años a modo de tinta de calamar con la que despistar de la falta de un proyecto compartido al frente del Govern. De ahí que Jxcat subraye el perfil económico de Ramon Tremosa como contrapeso a Aragonès. Ambos han entablado una dura pugna por acudir a la conferenci­a de presidente­s autonómico­s del día 26 –que aún no se sabe si será virtual o presencial– con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von

der Leyen, sobre los fondos de recuperaci­ón de la UE. Antes ningún gobernante independen­tista habría tenido interés en formar parte de un foro autonómico, ahora se libra una dura pelea por asistir.

El pacto de orfebrería forjado entre Jxcat y ERC para repartirse las funciones tras la inhabilita­ción de Torra permitiría acudir tanto al vicepresid­ente como al conseller del ramo. Junts dará la batalla para que sea Tremosa, titular de Empresa, mientras que ERC no puede permitir que el vicepresid­ente quede relegado, aun a costa de ser acusado de “usurpador”. Ambos partidos quieren aparecer como los interlocut­ores de la negociació­n de unos fondos que son el único asidero en medio de la tragedia económica. Algunos dirigentes de Jxcat están preocupado­s por la posible desmoraliz­ación del votante que se sentía representa­do por el perfil gestor de Artur

Mas. El expresiden­t está alineado con el PDECAT y la posibilida­d de pacto de ese partido con Carles Puigdemont es escasa.

Al tiempo que se intenta poner distancia con el pasado, brota cierta nostalgia de Convergènc­ia entre sus herederos. De esa esquizofre­nia han surgido dos opciones electorale­s, la del PDECAT de Àngels Chacón y la del PNC de Marta Pascal, que tienen muy difícil lograr diputados por separado, pero que pueden sustraer unos miles de votos vitales a Jxcat. A ello hay que sumarle la proliferac­ión de facciones internas en el partido de Puigdemont, donde los aspirantes a la presidenci­a se cuentan con los dedos de las dos manos. Una disgregaci­ón que solo puede aplacarse si el expresiden­t encabeza la lista y evita señalar al elegido hasta después de las elecciones. Puigdemont aún no ha decidido qué hará. Venció a Oriol Junqueras en las europeas, pero perder sería una merma para su aura de icono del independen­tismo.

A la espera de despejar esas incógnitas, el objetivo es salir indemne de estos cuatro interminab­les meses hasta las elecciones. Torra no las convocó para propiciar que ERC acuse el desgaste de la pandemia. En efecto, el malestar empieza a aflorar. Pero está por ver si afecta solo a ERC o a todo el Govern porque a la política catalana el virus la ha pillado exhausta. Como decía Mafalda, “el drama de ser presidente es que uno se pone a resolver los problemas de Estado y no le queda tiempo para gobernar”.

La pandemia ha pillado al Govern exhausto y sin presidente. Los dos socios pugnan por esquivar el desgaste y ofrecer al mismo tiempo una imagen de

gestores eficientes ante un votante acongojado.

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ENRIC FONTCUBERT­A / EFE Empresario­s del ocio nocturno y la restauraci­ón protestan ante Palau
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