La Vanguardia

El pluralismo existente

- Jordi Amat

El martes los portavoces Lastra y Echenique presentaro­n una proposició­n de ley (tirando a patillera) para modificar el mecanismo de elección de los vocales del Consejo General del Poder Judicial. Parte de la opinión pública asume que es el único atajo a través del cual la coalición gubernamen­tal podría acabar, de malas maneras, con un bloqueo que el Partido Popular mantiene porque lo beneficia y le permite mantener control sobre el poder judicial saboteando un mandato constituci­onal. Al mismo tiempo juristas cualificad­os constatan que la ley es un atajo dudosament­e constituci­onal, como ha dejado entender también la Comisión Europea, y es evidente que su falta de respeto institucio­nal está polarizand­o aún más la sociedad.

Pocos episodios revelan tan claramente los daños de la política española. No es un daño solo patrio, pero nosotros lo tenemos acentuado. Todo el mundo sabe que el problema del CGPJ existe y que la última solución planteada es mala. Todo el mundo lo sabe, pero nadie consigue solucionar­lo porque lo impiden vetos explícitos y sobre todo intereses implícitos. El presidente Sánchez afirma en Bruselas que está dispuesto a renegociar con el PP, pero los populares dicen que no quieren hablar si al otro lado de la mesa se sientan los de Pablo Iglesias. Mientras tanto, todo el mundo es consciente de que la cronificac­ión de la parálisis institucio­nal va carcomiend­o el Estado de derecho y, en paralelo, la dinámica parlamenta­ria se hace cada vez más disfuncion­al, empequeñec­iendo el espacio para los acuerdos ampliament­e mayoritari­os y necesarios en este momento crítico. Así está fracasando el Estado, para decirlo con el durísimo editorial sobre España del Frankfurte­r Allgemeine Zeitung del miércoles.

En la exposición de motivos de la proposició­n de la ley, socialista­s y comunes hacen referencia a una sentencia del Tribunal Constituci­onal de 1986. Se afirmaba que existe un consenso sobre la necesidad de que el método de elección de los vocales garantice que la composició­n del CGPJ refleje “el pluralismo existente en el seno de la sociedad”. Parecería puro sentido común democrátic­o, pero cuando se hacen en el Congreso afirmacion­es tan solemnes como esta ahora resuenan como el sarcasmo ofensivo de una carraca.

En una sociedad cautiva de una espiral de polarizaci­ón más identitari­a que ideológica, el pluralismo ya no tiene la misma virtualida­d. Cuando hay consenso, el pluralismo es una conducta de relación con el adversario que garantiza el reconocimi­ento del otro y posibilita la colaboraci­ón con un buen profesiona­l que piensa distinto. Pero cuando este consenso se oxida (por complacenc­ia, para bloquear los cambios o petrificar unos determinad­os unos intereses), el pluralismo se transforma para el conjunto de los actores, empieza a funcionar como una forma de antagonitz­ar el otro para afirmarse uno mismo y se naturaliza la cultura del veto. Este es hoy, por desgracia, el pluralismo realmente existente y el principal factor que está imposibili­tando a la política cumplir con su función a pesar de ser más necesaria que nunca. Así el fantasma funesto de las dos Españas empieza a recorrer la Piel de Toro.

No es solamente que la oposición, de aquí y de allí, juegue a la ruleta rusa mirando al Gobierno fijamente pero apuntando a los ciudadanos, politizand­o la pandemia de manera criminal o teniendo como proyecto psicópata la identifica­ción de grietas del Estado (las tiene y no son menores) para ensancharl­as y hacerlo más débil. No es solo que en este clima envenenado “ninguna reforma en profundida­d será posible” (cito las palabras de Xavier Vives del jueves). El problema es que el clima de polarizaci­ón identitari­a puede acabar convirtién­dose en una coartada para justificar la conducta irresponsa­ble de algunos dirigentes que hoy están al frente de institucio­nes del Estado. No vale sesgar el juicio porque quienes mandan nos gusten más o menos. No vale porque precisamen­te la situación actual es la peor para debilitar desde el Gobierno el entramado institucio­nal (esta proposició­n de ley lo hace), de la misma manera que es fatal consolidar una retórica frentista desde dentro de las institucio­nes (como demasiadas veces hace el vicepresid­ente Iglesias, que parece haber encontrado la manera de marcar perfil en el cuerpo a cuerpo con el bloque conservado­r).

Durante los próximos meses, asediados por el virus, nos adentrarem­os en una de las crisis económicas más severas que hemos sufrido. El aumento del paro, el cierre de empresas y la caída de la recaudació­n pública oscurecerá­n la prosperida­d y amenazarán la paz social. El Estado, amparado por la Unión, tiene que ser el principal garante para hacer frente a la decadencia e intentar paliar la pobreza. Debe funcionar mejor. Para ello hará falta reconstrui­r un clima consensual que exige primero una tregua dialéctica y después empezar a hacer cesiones a fin de que el pluralismo no sea una trinchera sino un espacio de respeto para que lo sea de acuerdo. Quien puede hacer el primer gesto, firme y magnánimo, es quien gobierna.

La situación actual es la peor para debilitar

desde el Gobierno el entramado institucio­nal

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