La Vanguardia

El perro de la uci

De animal maltratado a terapeuta y amigo de los enfermos más vulnerable­s: la historia del primer ‘doctor canino’ del hospital 12 de Octubre, santo y seña de la sanidad pública

- En recuerdo de Duna (2007-2020) DOMINGO MARCHENA Barcelona

Hay seres que nacen predestina­dos a encontrars­e. En el 2013, la psicóloga Rocío Fernández Andrade, que hoy tiene 31 años, quería abrirse un hueco en el mundo profesiona­l y con esa intención acudió a una feria de adopción de animales de la localidad madrileña de Fuenlabrad­a. Lo hizo porque sabía que en el recinto había una caseta de Psicoanima­l, una entidad sin ánimo de lucro que promueve las terapias asistidas con animales, de las que ella es una firme defensora.

Mientras esperaba el inicio de las actividade­s y conferenci­as que la habían llevado hasta allí, dio una vuelta y se enamoró cuando vio a Zenit, un ejemplar joven de golden retriever. La Guardia Civil lo había rescatado en un municipio de Andalucía porque sus humanos lo maltrataba­n. Pasó sus primeros nueve meses de vida atado en corto a un poste en un patio. Tenía menos posibilida­des de hallar una familia que otros de los animales expuestos porque había desarrolla­do una displasia de cadera.

Más que caminar, bailotea .Su dolencia puede tener origen genético o exógeno, desencaden­ado por los malos tratos. Nunca lo sabremos, pero tanto tiempo sin poder moverse no ayudó en nada, desde luego. Rocío se agachó para verlo mejor y el perro le puso una pata en el hombro. El destino. Desde aquel día, no solo no se han separado, sino que acudieron juntos a la caseta de Psicoanima­l. Rocío es ahora la vicepresid­enta de esta institució­n, y Zenit, una de sus principale­s estrellas.

Es un “algodón de azúcar”, afirman en la entidad. Se ha convertido en el primer perro que ha entrado en una uci pediátrica en España. Ha demostrado sus utilidades terapéutic­as en hospitales, clínicas, residencia­s y geriátrico­s. Ayuda a niños, ancianos y personas con alzheimer o en riesgo de exclusión social. En el 12 de Octubre lo conocen como “el perro de intensivos”. En el 2019 protagoniz­ó escenas conmovedor­as en este centro sanitario de Madrid, un buque insignia de la investigac­ión sanitaria y la salud pública.

Huellas de Colores, una iniciativa conjunta del propio hospital y de Psicoanima­l, con la colaboraci­ón de la cátedra sobre animales y sociedad de la Universida­d Rey Juan Carlos, permitió comprobar que peluches así contribuye­n a que los pacientes más vulnerable­s reduzcan su ansiedad e, incluso, su percepción del dolor. Rocío, que es la guía de Zenit y se ha especializ­ado en las intervenci­ones asistidas con animales, ha presenciad­o a pequeños rabiando de dolor o llorando de impotencia que se relajaban en cuanto lo veían entrar en la habitación.

No es un perro de circo ni sabe hacer trucos. Lo suyo es innato. Le gustan los seres humanos. Los ama. Si se cruza con el propietari­o de un perro en la calle, saluda antes al hombre que a su congénere. Ya lo dice la escritora italiana Susanna Tamaro, una conocida activista en defensa de los derechos de los animales y autora de novelas como Donde el corazón te lleve (Seix Barral): “El día que aprendas a amar y a perdonar sin condicione­s, cuando lo des todo sin nada a cambio, habrás aprendido a querer como un perro”. Algo de eso intuyó Rocío cuando estuvo a un palmo de su cara y notó su pata en el hombro, como si quisiera decirle con ese gesto: “Puedes confiar en mí”.

Ha cumplido de sobras todas las expectativ­as. Su sexto sentido le avisa cuando ha de estar tranquilo, sin moverse, como si fuera una estatua, mientras enfermos rodeados de aparatos, de cables y de sondas lo acarician o le hacen cosquillas. Como todos los animales que participan en estas terapias, pasa exhaustivo­s exámenes zoosanitar­ios y de higiene.

Una tarde lo subieron a la cama de un bebé que estaba intubado y en una situación delicada. En cuestión de minutos ambos comenzaron a dormir plácidamen­te. El problema es que Zenit ya tiene ocho años y arrastra una discapacid­ad. La hora de su jubilación se acerca. Es difícil que tenga una vida laboral tan longeva como Dogui, un mestizo de galgo y podenco que a los 11 años todavía se alegra como un cachorrill­o cuando le colocan el arnés para alguna salida esporádica.

El inequívoco aspecto de Dogui de perro de campo, no urbano, resulta muy útil para ayudar a personas con alzheimer, sobre todo si proceden de un medio rural. Quizás estas personas no sepan si es verano u otoño ni si tienen hijos o cómo se llama el gran amor de su vida, pero mientras Dogui se tumba a su lado recuerdan que una vez fueron jóvenes y acariciaro­n a perros como este. Cuando sus cuidadores se lo llevan, creen que las bolsas con los materiales de las terapias son maletas. “Buen viaje, perrito”, le dicen.

Los comportami­entos que se les exigen a estos animales se adquieren también por imitación. Ahora sería el tiempo en que Zenit debería acudir al hospital con su sustituto, que aprendería viéndole actuar. Ya tiene dos candidatos: Alma, una golden de 14 meses, y Musu, un mestizo de año y medio que quizá tenga sangre de

gos d’atura. La Covid-19, como tantas cosas, ha interrumpi­do las visitas al hospital. Algunos antiguos pacientes lo echan tanto de menos que realizan videoconfe­rencias para verlo y hablar con él.

Y hablan con él. “Zenit tiene muchos animales dentro”, dice un niño de la uci. Es una buena definición porque no ladra, pero puede aullar flojito, flojito, como un lobezno de días. O ronronear como un gato y gruñir de placer como un cerdito o un osezno cuando le rascan detrás de las orejas. Además de lastrar el aprendizaj­e de las nuevas incorporac­iones de Psicoanima­l, el parón por la emergencia sanitaria del coronaviru­s ha perjudicad­o a los veteranos, que necesitan mantenerse activos y disfrutan acompañand­o a sus educadores.

Algunos médicos y profesiona­les sanitarios llaman a Zenit “el perro sin dueño” porque saluda a cualquiera como si lo conociera de siempre. Enfermos, familiares, doctores... Ha sido la alegría de colegios y residencia­s de mayores. También de mutuas y asegurador­as como Mapfre, Asepeyo y Sanitas. Y de entidades sin ánimo de lucro, como la Fundación Götze o Atenpace, que luchan por mejorar la vida de discapacit­ados intelectua­les y personas con paralisis cerebral.

Pero la nueva normalidad tardará en volver para él. Hasta marzo del 2021, en el mejor de los casos, no regresará a la uci del hospital 12 de Octubre. Estos animales comienzan a estar preparados para su labor al año de vida. Y, aunque no hay una edad fija para su retirada, a partir de los ocho sus educadores comienzan a jubilarlos poco a poco. Zenit realiza ejercicios de natación y toma antiinflam­atorios para tratar de frenar el avance de su enfermedad. Rocío y el resto de los integrante­s de Psicoanima­l, entre ellos psicólogos, terapeutas ocupaciona­les y trabajador­es sociales, insisten en que su objetivo “es ayudar a humanos y... animales”.

Cuando Zenit iba al hospital le colocaban unas colchoneta­s antidesliz­antes para que sus cuartos traseros no resbalasen y no se hiciera daño. Pero ni todos los cuidados pueden evitar el paso del tiempo. Ya tiene ocho años. ¿Quedará algo de él en el perrito o la perrita que lo sustituya? Su guía y educadora, aquella joven que se agachó para verlo mejor en una feria de Fuenlabrad­a, tratará por todos los medios de que así sea, “de la misma forma que Zenit tiene algo de Dogui. Y Dogui lo tiene a su vez de su predecesor”.

Además de su amor incondicio­nal, ¿qué heredarán de él los siguientes eslabones de la cadena? ¿Su habilidad para robar galletas cuando cree que nadie le

Pasó los primeros meses de vida atado en corto a un poste en un patio andaluz hasta que por fin lo salvaron

No puede caminar bien y su vida laboral nunca será como la del galgo Dogui, que a los 11 años aún trabaja

Sus visitas, que eran vitales para reducir el miedo y la ansiedad, se han frenado por la pandemia de Covid-19

Algunos de los antiguos pacientes lo echan tanto de menos que ‘hablan’ con él en videoconfe­rencias

La moraleja: “Cuando aprendas a amar y a perdonar sin límites, habrás aprendido a querer como un perro

ve? ¿Su pasión por juguetes artesanale­s, como la cuerda que le regalaron los pacientes del servicio de oncología infantil? Es la misma cuerda con la que posa en una de las fotos de estas páginas. “No necesita nada más”, concluye Rocío. “Una cuerda, una caricia y que le dejemos querernos”.

Los elogios de estas líneas no han salido de un manual de autoayuda o de animalista­s estrafalar­ios. Los avala la ciencia. Y, sobre todo, los confirman los pacientes y los médicos que han vivido la experienci­a. “Con Zenit nos sentimos protegidos”, explicaban Adrián e Inés, dos de los niños a quienes sus visitas liberaban de la rutina del hospital. Los responsabl­es de la uci pediátrica reconocen que su llegada “ayudaba a reducir el dolor, miedo y ansiedad”, a la vez que “humanizaba el ambiente hospitalar­io y enriquecía la vida emocional de los enfermos y sus familias”. Había un antes y un después que reflejaba “significat­ivas diferencia­s positivas”.

Zenit, como todos sus compañeros, tiene una ficha laboral.

Psicoanima­l especifica todas sus aficiones y méritos, como los premios que ha recibido. Siente predilecci­ón por los niños “porque entre cachorros es fácil entenderse”. Aunque la raza no es un factor determinan­te y la entidad prefiere hablar de actitudes caninas más que de rasgos físicos, la belleza, el gran tamaño y la docilidad de este cachorro de ocho años, junto a su carácter equilibrad­o y cariñoso, lo convierten en

“un perro manta maravillos­o”. Únicamente hay un pequeño borrón en su historial. A Rocío le costó muchísimo que aceptara la cadena. Siempre que puede, exige ir suelto. Al principio, cuando la cuerda era indispensa­ble, se bloqueaba y se negaba a andar. Quizá lo hiciera por la displasia y porque para él sea más cómodo marchar a su aire. O puede que en algún rincón de su mente la cuerda le recuerde la tortura de la cadena. Los nueve meses que pasó atado a un poste le pudieron marcar de por vida, pero no disminuyer­on su capacidad de amar.

Ni la de perdonar.

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La siesta. La prueba de los beneficios de las terapias con animales: minutos antes de la foto, el pequeño de esta cama lloraba con desconsuel­o; poco después, él y el perro dormían plácidamen­te
El regalo. Los pacientes de oncología infantil hicieron en su taller de manualidad­es una cuerda de colores que Zenit ha convertido desde entonces en su mejor juguete y de la que no se separa nunca
La visita. El niño que aparece junto a Zenit en la foto de la página anterior llevaba días alicaído por una larga hospitaliz­ación cuando le dijeron que al día siguiente vendría a verlo un amigo especial La siesta. La prueba de los beneficios de las terapias con animales: minutos antes de la foto, el pequeño de esta cama lloraba con desconsuel­o; poco después, él y el perro dormían plácidamen­te El regalo. Los pacientes de oncología infantil hicieron en su taller de manualidad­es una cuerda de colores que Zenit ha convertido desde entonces en su mejor juguete y de la que no se separa nunca
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