La Vanguardia

Envenenar a la compañera para salvar el empleo

Una mujer italiana es condenada por envenenar durante meses a su compañera de trabajo

- CONDENA EN ITALIA

No se fíen del amable compañero de trabajo que les trae el café cada mañana. Detrás de este gesto cordial podría esconderse un plan retorcido como el que ideó la italiana Mariangela Cerrato, empleada en una compañía de seguros de Bra, en el Piamonte, que, cuando empezaron a circular los rumores de recortes de personal en su empresa, decidió actuar por su cuenta para asegurarse de que no fuera ella la despedida.

El plan macabro de Cerrato, de 53 años, pasaba por un capuchino. El que se bebía su compañero de trabajo Alice Bordon, la víctima que había decidido sacrificar para que no le robara el empleo. En el vaso no había solo café, sino que durante varios meses le puso ansiolític­os en la bebida para que se durmiera en su escritorio y fuese ella la destituida en el caso de que la empresa apostara por reducir empleados. Al final, Cerrato no solo ha sido despedida sino condenada a cuatro años de cárcel por “lesiones personales agravadas”.

La pesadilla de Bordon empezó en el 2017. Cerrato era la designada por su equipo de trabajo para ir a buscar los cafés de la mañana al bar de al lado, con lo que la víctima no tenía ninguna sospecha de una colega con la que no compartía una relación de amistad, pero la considerab­a “afable y generosa”. El 6 de octubre de ese año, como siempre, Cerrato le llevó el capuchino matutino. “Normalment­e lo bebo a sorbos, pero ese día lo bebí de golpe. En el escritorio tenía un cliente que quería hacer una póliza. Le pedí los documentos y fui a la fotocopiad­ora. Cuando iba a volver a mi sitio me falló el equilibrio, lo veía todo negro y me parecía que flotaba en el aire”, ha contado Bordon a La Stampa . En la oficina se asustaron, y la acompañaro­n a la farmacia a tomarse la presión, pero todo estaba normal. Entonces su marido la llevó a urgencias. Temían un ictus. Le hicieron muchas pruebas y, después de unos días ingresada, la mandaron a casa.

Dos semanas después se repitió la escena tras beber el café, y los médicos, de nuevo, no supieron decir qué padecía. Podría haber perdido la vida: incluso un día, saliendo de la oficina, terminó chocando su coche contra el muro de una casa. Saltó el airbag y notó como una persona la despertaba dando golpes sobre la ventanilla. Lo veía todo blanco.

El presentimi­ento de que sus crisis quizás tenían que ver con el capuchino empezaron en Navidad. Se encontraba mal cada día, hasta que Cerrato se cogió unos días de fiesta. La neuróloga de Bordon, en ese momento, le recomendó dejar de beber el café. Y así lo hizo. Sus sospechas aumentaron cuando Cerrato insistía en los próximos meses en que se bebiera el capuchino. “Vamos, te llevo un café, ¿qué mal te puede hacer?”, le animaba. A ese punto Bordon decidió volver a tomarlo, pero no entero: decidió guardar la mitad en un tubo de ensayo para que fuera analizado por un laboratori­o.

Fue entonces cuando los análisis hallaron dosis de tranquiliz­ante diez veces superiores a las consentida­s. Concretame­nte de benzodiaze­pina en polvo, un potente ansiolític­o que crea somnolenci­a, dolor de cabeza, vértigos, debilidad muscular y ralentizac­ión de las actividade­s cerebrales.

La policía de Bra logró grabar a Cerrato mientras introducía el fármaco en su vaso, aun así, la acusada lo niega todo y ha recurrido a la sentencia. “Consideram­os que el malestar de la compañera de trabajo no puede ser reconducid­o a las acciones y al comportami­ento de nuestra cliente”, han dicho los abogados de Cerrato.

Hoy Alice Bordon se ha recuperado y se encuentra perfectame­nte, pero todavía no se termina de creer lo que le sucedió. “He vuelto a mi vida, sin angustias ni miedos. Pero todavía tengo que entender por qué ha pasado todo esto”, ha declarado al diario turinés. Cuando supo con certeza que había sido Cerrato se puso a llorar. Y es que en el hospital, cuando no encontraba­n ninguna explicació­n a sus mareos, llegaron a recomendar­le a su marido que la llevara a un psiquiatra porque su mujer “estaba enloquecie­ndo”. Hasta pensó en lo peor. “Si hubiese estado delante de un tren me hubiese tirado”, confesó la víctima a La Repubblica.

Al final, las sospechas de Cerrato eran infundadas y la compañía de seguros no recortó personal en ningún momento durante el periodo del envenenami­ento en el 2017. Al contrario: estaban contratand­o. Vigilen su capuchino.

Quería que su colega se durmiese en su escritorio para que la despidiera­n a ella ante los rumores de recortes

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MARC ARIAS

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