La Vanguardia

Traumas de la Francia imperial

Saltan tabúes sobre un pasado colonial doloroso que aún marca el presente

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Mayo de 1931. París se veía el centro del mundo y quiso celebrarlo. El imperio francés estaba en su apogeo. La Exposición Colonial Internacio­nal abrió sus puertas en el bosque de Vincennes. Durante seis meses la visitaron ocho millones de personas. Se levantó una réplica, de tamaño real, del templo camboyano de Angkor Vat, una mezquita de Mali, un zoco tunecino y una pagoda de Tonkin (hoy Vietnam). Fue un espejismo de poderío porque el imperio ya se tambaleaba. Treinta años después, la mayoría de territorio­s se habían independiz­ado.

La reflexión poscolonia­l está muy viva en Francia, por diversos motivos. El más obvio es Nueva Caledonia. El reciente referéndum en este archipiéla­go del Pacífico sur colocó a los independen­tistas canacos más cerca de su objetivo. Les faltan menos de 10.000 votos y la dinámica demográfic­a va a su favor. En el 2022 tendrán otra oportunida­d en una nueva consulta. Si Nueva Caledonia accediera a la plena soberanía, sería la primera vez desde hace más de 40 años que el viejo imperio francés pierde una pieza. Yibuti se independiz­ó en 1977. Vanuatu (antes Nuevas Hébridas), que era un condominio francobrit­ánico, lo hizo en 1980.

Francia conserva todavía territorio­s en los cinco continente­s. Algunos poseen el estatus de departamen­tos

AVANCE INDEPENDEN­TISTA Nueva Caledonia sería la primera pieza que pierde el viejo imperio en más de 40 años

franceses a todos los efectos, como la Guayana, en Sudamérica, las islas de Martinica y Guadalupe (Caribe) y Mayotte y la Reunión (océano Índico). Otros gozan de lazos menos estrechos, como la Polinesia Francesa, o son auténticas reliquias históricas, como las islas de Saint-pierre y Miquelon (frente a la costa atlántica canadiense) o la deshabitad­a Clipperton, un atolón en el Pacífico, a mil kilómetros de México.

La Francia de ultramar supone un coste considerab­le en subvencion­es y despliegue de funcionari­os y militares. Algunos de estos departamen­tos sufren problemas económicos y sociales muy graves. Pero París disfruta, gracias a esa presencia global, de una proyección geopolític­a muy valiosa. Francia es el segundo país del mundo, después de Estados Unidos, con mayores zonas económicas exclusivas en mares y océanos: un total de 11 millones de kilómetros cuadrados.

Emmanuel Macron, por edad y formación, habla de modo más abierto que otros presidente­s anteriores sobre el lastre colonial. Lo hizo el pasado 2 de octubre en su largo discurso, quizás uno de los más brillantes de su mandato, sobre las causas del islamismo radical y la estrategia para combatirlo. El actual titular del Elíseo reconoció que “el pasado colonial” es una de las razones profundas de la radicaliza­ción de una parte de la juventud musulmana francesa y citó también la guerra de Argelia, otro tema tabú en este contexto. Según él, hay “traumatism­os aún no superados”, lo que hace que hijos y nietos de inmigrante­s del Magreb y del África subsaharia­na, de familias que llevan varias generacion­es instaladas en Francia, “redescubra­n su identidad a través de un discurso poscolonia­l o anticoloni­al” que es hábilmente manipulado por quienes les adoctrinan. La intervenci­ón de Macron, en parte improvisad­a, se parecía más a una clase universita­ria que a un discurso político. Pocos gobernante­s son capaces, hoy, de elevar las reflexione­s a este nivel.

Pocos días después, la cadena pública France-2, emitió dos documental­es seguidos, de 80 minutos cada uno, bajo el título de Descoloniz­aciones de sangre y lágrimas ,alos que siguió un debate. Fue una velada televisiva extraordin­aria que logró una audiencia de 2,6 millones de personas. Los telespecta­dores debieron afrontar imágenes de archivo inéditas, algunas muy duras: trabajos forzados de la población indígena en África e Indochina, ejecucione­s sumarias, bombardeos con napalm y demás atrocidade­s. Fueron impactante­s los relatos sobre la represión en Madagascar o la matanza de Thiaroye, en Senegal, en 1944, cuando soldados que habían combatido para liberar Francia de los nazis se rebelaron porque no les pagaban el sueldo prometido.

Fueron tiroteados sin piedad en el campamento donde los retenían, ya de vuelta en Senegal. Un destino dramático parecido, de desamparo e injusticia, lo sufrieron los harkis (argelinos que combatían al lado de las tropas francesas en la guerra de Argelia). Considerad­os traidores, sufrieron represalia­s feroces de sus compatriot­as, tras la independen­cia, y Francia los trató muy mal.

El debate tras el programa de France-2 se celebró en el Palais de la Porte Dorée, un edificio emblemátic­o, construido para la exposición colonial de 1931 y que ahora alberga, entre otras instalacio­nes, el Museo Nacional de la Historia de la Inmigració­n. En una entrevista con La Vanguardia, Hélène Orain, directora general del Palais, constató que “desde hace 30 años los historiado­res han investigad­o mucho sobre el imperio colonial francés y la descoloniz­ación, pero hasta ahora ese trabajo no había llegado a conocimien­to del gran público; había una especie de ángulo muerto, de un pasado que no decía su nombre”.

Según Orain, entre los hijos de la inmigració­n ha habido “mucha frustració­n” por el largo silencio histórico, lo cual chocaba con un país multicultu­ral y con vocación de apertura al mundo. “Como la historia no se contaba, era un tabú, y los tabúes no son buenos –agregó la directora– La juventud reivindica y quiere conocer este pasado, quiere que se cuente la historia. Es un fenómeno muy positivo”.

EJERCICIO DE AUTOCRÍTIC­A

La televisión pública ha emitido imágenes inéditas de crueldades en las colonias

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LA VANGUARDIA FUENTE: LA VANGUARDIA

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