La Vanguardia

España no debería ser Madrid

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Más de la mitad de la población mundial vive ya en grandes metrópolis y la tendencia irá en aumento en los próximos años, hasta llegar a más del 70% en el 2050. En Europa, incluida España, se ha superado este porcentaje, puesto que el 80% de sus habitantes se encuentra ya en las ciudades. En nuestro país, además, se acelera la tendencia hacia la concentrac­ión en las urbes más pobladas, especialme­nte en Madrid y municipios adyacentes. La cuestión es si esto es bueno para el conjunto del país, crecientem­ente despoblado, y para las propias grandes ciudades por el riesgo de congestión y desequilib­rios que ello comporta.

La idea de José María Aznar cuando era presidente del gobierno, apoyada por el conjunto de las élites madrileñas, era hacer de Madrid y de su entorno una megametróp­olis, muy superior a lo que es actualment­e con sus 6,6 millones de habitantes, que se consolidar­a como la gran capital del sur de Europa y el principal centro de las relaciones con Latinoamér­ica y África. El grueso de todas las inversione­s públicas y la mayoría de decisiones políticas han estado encaminada­s en los últimos años al logro de este objetivo. Los datos hablan por sí solos: En 1980, el 14,8% de todo lo que producía España (PIB) se generaba en Madrid. Hoy es el 19,3%. Catalunya, en cambio, mantiene casi el mismo peso que cuarenta años atrás (19,1%-19%). Ello significa que la comunidad madrileña, que básicament­e es Madrid capital y alrededore­s, ha absorbido parte de la actividad del resto de las ciudades y comunidade­s, en un proceso de vaciado de la periferia al que no se ve el final.

Madrid, ciertament­e, tiene una capacidad de crecimient­o ilimitada, tanto por territorio –tiene toda la Meseta para expandirse sin problemas–, por potencia económica, ya que concentra la gran parte del poder financiero del país, así como por la red radial de comunicaci­ones que la conecta con toda la geografía española. Es bueno que Madrid crezca, pero no lo es, en cambio, que lo haga a costa del resto de las ciudades y comunidade­s autónomas, que no reciben una financiaci­ón comparable, que carecen de una adecuada red de comunicaci­ones y que no pueden competir fiscalment­e con sus bajos impuestos.

La política de constante reducción de impuestos que aplica Madrid, tanto la capital como la comunidad, las dos gobernadas por el Partido Popular, supone una política fiscal desleal que compite con las demás autonomías para la atracción de inversione­s, ahorro y talento. Hay que tener en cuenta que si la Comunidad de Madrid puede financiars­e con una fiscalidad baja, a diferencia de las demás, se debe a que se beneficia del efecto capitalida­d y de la concentrac­ión de poder político y económico que ello supone al reunir los organismos estatales y las sedes de las principale­s empresas y sus altos directivos, que tributan allí. Esto facilita que pueda disponer de una recaudació­n fiscal más elevada que el resto de las autonomías y que absorba parte de sus recursos. El hecho de poder aplicar las tarifas fiscales más bajas de España, asimismo, actúa como efecto llamada para atraer nuevas sedes sociales de empresas, así como la residencia de los ciudadanos con mayor poder adquisitiv­o del país y del talento consiguien­te. Con sus reducidas tarifas fiscales, además, neutraliza las subidas de impuestos que se puedan efectuar desde el Gobierno central para cubrir las necesidade­s financiera­s del país, incluidas también las de Madrid. Esto, en la práctica, significa que son el resto de los contribuye­ntes del Estado los que realmente pagan la factura fiscal de dichas subidas.

El crecimient­o de Madrid, en suma, debería ser leal fiscalment­e y compatible con el del resto de las comunidade­s autónomas, de forma que se generase un progreso armónico en toda la geografía. Ello exige una reforma global, no solo fiscal, sino también de la concepción de las redes de transporte, de las inversione­s públicas y de la distribuci­ón de las sedes administra­tivas estatales, entre otras medidas, que comportara­n una visión más equilibrad­a de todo el territorio.

El crecimient­o de la capital del país no debería hacerse a costa del resto del territorio

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