La Vanguardia

Salvemos la calderilla

- Jordi Basté

Una de mis hijas me regaló hace algunos años una hucha enorme en forma de cerdo. Cerdo sin diminutivo porque el artefacto es de un tamaño considerab­le. Llamarlo cerdito sería una ofensa para el bicho. Por el agujero introducto­rio caben desde monedas de dos euros hasta la de un céntimo.

El martes pasado Quim Monzó escribió en su columna “El ocaso de la calderilla” el recuerdo que tenía de muchas casas, en los años ochenta, donde había un pote de vidrio en el recibidor donde se introducía­n las monedas. A mí, en cambio, de pequeño me tenía fascinado la manera como la taquillera del metro de la estación de Horta amontonaba las monedas ordenadame­nte para devolver el cambio. La de peseta, la de duro y la que más embrujado me tenía, la de veinticinc­o pesetas (le llamábamos “el donut” porque tenía un agujero en medio).

El artículo de Monzó me evocó una de mis obsesiones: las monedas. Al inicio de la pandemia, en el mes de marzo, la OMS recomendó el pago con tarjeta de crédito para evitar la propagació­n del coronaviru­s a través de los billetes. Era una de las muchas plagas apocalípti­cas que, a posteriori, quedaron diluidas. Acostumbro a pagar todo con tarjeta pero, hasta marzo, las facturas pequeñas las abonaba en efectivo (monedas y billetes). El cambio recibido con calderilla de cobre (uno, dos o cinco céntimos) era depositado en el gorrino. Ignoro cuánto lleva recaudado el bicho. (Aviso para los cacos: es lo único que tengo en metálico en casa y el total no justificar­ía en absoluto que forzaran la puerta.) El artículo de Monzó también me recuerda un día en que, muy niño, rompí una hucha (con forma de hucha) que tenía en casa y donde iba metiendo la calderilla que me daban los domingos los abuelos. Mi madre me acompañó a la oficina de La Caixa que había en la calle Tajo para ingresar en una cuenta los dineros recaudados por mi acto de ahorro. Recuerdo que había una máquina que, dándole a una manivela, contaba las monedas, las sumaba y aparecía el total con unos números sorprenden­temente digitales para la época. Y te daban una libreta donde ingresaban lo recaudado. Por el ahorro regalaban libros o casetes (recuerdo uno que se llamaba 12 superéxito­s con Boney M, Camilo Sesto, Mabel o Ángela Carrasco). Todo era gracias a las monedas ahora tan maltratada­s.

Seguiremos pagando con tarjeta, llevando billetes y alguna moneda como antaño. Pero retirando de circulació­n la calderilla de los céntimos de cobre, eliminarem­os el ahorro infantil y, lo que es peor, redondeare­mos al alza. Como siempre.

El artículo de Monzó

me evocó una de mis obsesiones:

las monedas

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