La Vanguardia

Creer en la predestina­ción

- Màrius Serra

Un amigo de Lleida me envía una noticia ilustrada con una foto de un hombre encaramado a un árbol un poco inclinado sobre un toldo en el que se lee Lo Marraco. Es Joan Vázquez, el portavoz de la entidad ecologista Ipcena, que la semana pasada se subió una hora a este árbol de la plaza Sant Joan que la Paeria está a punto de talar. La defensa de los árboles históricos en las ciudades es recurrente. Aún recuerdo las grandes movilizaci­ones del 2007 por el azufaifo centenario de la calle Arimon, en el barrio barcelonés de Sant Gervasi. Cada noviembre la Associació Salvem el Ginjoler conmemora su preservaci­ón, una lucha vecinal en la que la añorada traductora y escritora Isabel Núñez involucró desde a Enric Casasses hasta a Enrique Vila-matas, y luego lo recogió todo en La plaza del azufaifo (Melusina, 2008). El envío de mi amigo, que es muy lector, cita al inolvidabl­e barón Cosimo de Italo Calvino que vive en los árboles: El barón rampante ,en traducción de Esther Benítez para Siruela.

Pero a mí lo que realmente me llama la atención es otra cosa. Mientras Vázquez ejercía de barón rampante, además de la Guardia Urbana y los Mossos, también se personó en la plaza el concejal de Transición Ecológica (y teniente de alcalde) que ha ordenado la tala. Su apellido me fascina: Talamonte, Sergi Talamonte. Parece un nuevo caso de predestina­ción onomástica que deja poco margen de duda sobre cómo acabará el episodio. He escrito mucho sobre aptonimia, un anglicismo nacido de la inversión de las dos primeras letras de patronym por influencia de apt (apto) y posterior simplifica­ción ortográfic­a de la segunda erre. Lo más fascinante de los aptónimos es que proliferan. Esta misma semana leo que el presidente de la Fira de Santa Llúcia se llama Deulofeu y, acto seguido, oigo en la radio a un experto en setas que opina sobre el exceso de población que sale de casa para ir al bosque. Se llama Casabosch.

Los mejores aptónimos son los puntuales.

Ya tienen gracia los apellidos que se relacionan con el oficio del portador: la dermatólog­a Gratacòs, el peluquero Pelfort Rosset, el bombero Aguado... Pero son mejores los relacionad­os con cargos temporales, como el concejal de Transición Ecológica Talamonte. Recuerdo, hace cinco o seis años, un concejal de Medio Ambiente en el Ayuntamien­to de Vic apellidado Rafús (homófono del

desecho de reciclar). Tampoco he olvidado a la candidata por Barcelona en las listas de Ciudadanos Sanjurjo Golpe ni a la portavoz del Saló Eròtic de Barcelona Noemí Casquet. Y suerte tenemos de que la pandemia no nos haya pillado con la señora Mato como ministra de Sanidad. Aunque mis favoritos son los que dependen de hechos aún más puntuales. Como cuando detuvieron por conducir beodo al futbolista del Chelsea Drinkwater (bebo agua) o cuando la familia que había comprado el pueblo del Fonoll, en la Conca de Barberà, para transforma­rlo en una villa nudista decidió adquirir un segundo pueblo deshabitad­o: Conill.

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