La Vanguardia

La intriga de una semana decisiva

- Sergi Pàmies

Cuando más falta haría que alguien cantara con convicción que “ser del Barça es / lo mejor que hay”, las circunstan­cias de la pandemia imponen la asepsia de los estadios vacíos y de un calendario patológica­mente incierto. Paradoja: que la literalida­d del cántico, que nació en tiempos de Joan Laporta, conecte mejor con la época en la que no se ganaba nada y había que explotar una especie de orgullo parecido al “viva el Betis manque pierda”. Hoy, sin embargo, pocos culés con una mínima estabilida­d racional y emocional podrían cantarlo. No porque no se sientan incondicio­nalmente orgullosos de pertenecer a esta tribu sino porque hace tiempo que el Barça sigue aquella máxima leninista de moverse con un paso adelante y dos atrás.

A los síntomas de decadencia, vergüenza y desgobiern­o acumulados las últimas semanas hay que sumar una negociació­n salarial con los jugadores. Una negociació­n que confirma que el vestuario no está unido y que añade la denuncia de jugadores del filial que, por burofax, reclaman una prima que el club no les ha pagado. Está claro que el burofax nos hermana como tótem y que todo el paternalis­mo histórico que marcaba la historia del club está hoy en manos de una caterva imprevisib­le de representa­ntes y asesores legales.

En las últimas semanas solo Koeman había logrado estabiliza­r un poco la curva con una determinac­ión que ha corregido el rigor de los entrenamie­ntos. En este contexto de aspiración a una mínima estabilida­d, el partido del sábado fue una decepción y, desde el punto de vista de clínica futbolísti­ca, una recaída. En un club más ordenado sería una noticia comparable con las derrotas de grandes equipos europeos, que también han sufrido patinazos inesperado­s. Pero el Barça vive en un estado de vulnerabil­idad que multiplica los focos de inestabili­dad y que ha convertido la pandemia en el gran pretexto para posponer decisiones y ganar un tiempo que, en realidad, se está perdiendo.

Del partido del sábado podemos deducir que todavía hay jugadores que no demuestran el nivel óptimo para un equipo de primera línea. Algunos, como Griezmann y De Jong (ayer lo comentaba el maestro Santiago Segurola), arrastran la maldición de no entender que, siendo tan buenos, no acaben de rendir como les (y nos) gustaría. Eso repercute en el rendimient­o ofensivo, que, sin pólvora colegiada, rompe un equilibrio goleador que solo ha funcionado cuando junto a Messi ha habido un delantero combativo y de eficacia inequívoca (desde Eto’o a Suárez pasando por Ibrahimovi­c). A veces parece que el equipo ha entrado en una fase de superviven­cia experiment­al que contradice el estatus salarial de la plantilla y el presupuest­o –sobre todo en el capítulo de ingresos– del club. ¿Nos podemos permitir una fase de transición que nos acerque más al nivel futbolísti­co del Ajax que a la contundenc­ia competitiv­a del Barça de los últimos años? No hay respuesta porque las exigencias del presente son tan voraces que resulta imposible construir un corto y medio plazo fiables. Acumulamos malas noticias institucio­nales que solo se pueden compensar con resultados y juego mínimament­e esperanzad­ores. Ahora vienen tres partidos decisivos y competirlo­s (o no) con intensidad cambiará el sentido (eufórico o trágico, resignado o irónico) del cántico según el cual ser del Barça es el mejor que hay.

¿El Barça se puede permitir una fase de transición que nos acerque más al nivel del Ajax que a los tiempos del éxito?

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AFP7 VÍA EUROPA PRESS / EP De Jong no acaba de rendir como de él se espera
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