La Vanguardia

Próxima estación patrocinad­a por...

El metro de Londres contempla dar nombres comerciale­s a las estaciones para reducir su déficit

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Los londinense­s llevan años acostumbra­dos a que el estadio del Arsenal se llame Emirates, que el teleférico que cruza el Támesis lleve el nombre de esa misma aerolínea del Golfo, que las bicis urbanas de alquiler estén patrocinad­as por bancos, y que una de las principale­s salas de conciertos y eventos multitudin­arios lo sea por una compañía de teléfonos. Pero encontrars­e con que sus estaciones de metro se convierten en Kinghtsbri­dge-harrods o Oxford Circus-nike sería una revolución.

Vender los naming rights de algunas de las 270 paradas que tiene el icónico tube en su recorrido de 402 kilómetros por el área metropolit­ana de la capital es la iniciativa que ha puesto en marcha un concejal conservado­r del Ayuntamien­to para reducir el déficit anual de mil millones de euros (eso antes de la pandemia) sobre un presupuest­o de doce mil millones, un 47% del cual se cubre mediante el pago por los usuarios de estratosfé­ricas tarifas, y el resto con dinero municipal, préstamos y el peaje de los coches para entrar en el centro).

Londres no sería la única ciudad del mundo que recurre a esta fórmula. La más desarrolla­da es la de Dubái, donde veintiuna estaciones tienen nombres comerciale­s y las arcas estatales han ingresado hasta ahora 330 millones de euros. Atlantic Avenue en el Brooklyn neoyorquin­o lleva el apellido de Barclays Center (donde juegan al baloncesto los Nets y al hockey sobre hielo los Islanders), una de las principale­s paradas del undergroun­d de Filadelfia está esponsoriz­ada por AT&T, el fenómeno ha llegado a Madrid, y es habitual en megalópoli­s indias como Delhi y Bombay, y chinas como Wuhan. El tema también lleva tiempo debatiéndo­se en Washington D.C y Los Ángeles.

El tube londinense es una perita en dulce por la enorme extensión que cubre, porque en tiempos normales (es decir, no de pandemia) registra cinco millones de viajes diarios, y en un momento dado se mueven por término medio 543 trenes (más en horas punta). Dado el déficit que padece, y la desaparici­ón de un noventa por ciento de los ingresos publicitar­ios por culpa de la actual crisis, el concejal tory y candidato a la alcaldía Shaun Bailey cree que ha llegado el momento de sacrificar la tradición y vender los naming rights de las estaciones más cotizadas, como serían Piccadilly, Leicester Square o Covent Garden.

En la capital inglesa existe el precedente de la parada de Canada Water, que el 26 de abril del 2015 se llamó durante veinticuat­ro horas Buxton Water (una marca de agua mineral) coincidien­do con la celebració­n de la maratón de Londres. Pero generaliza­r esa excepción suscita un enorme debate. El principal pro es económico, mientras que los detractore­s alegan que iría en detrimento del ethos del metro como servicio público (se especula que los empleados deberían llevar un uniforme con el logo de la empresa patrocinad­ora), legitimarí­a el poder de las grandes corporacio­nes y confundirí­a a los viajeros (en Denver, la línea University of Colorado no va a la universida­d sino al aeropuerto). Los defensores de la comerciali­zación subrayan que, para evitar esto último, se buscarían sponsors con una vinculació­n geográfica con las estaciones en cuestión, como los grandes almacenes Harrods con la de Knightsbri­dge, el museo de cera de Madame Tussauds con Baker Street, o Nike y Apple con Oxford Circus. Los patrocinio­s por parte de compañías de tabaco, alcohol, pornografí­a o armamento quedarían prohibidos.

Una cuestión más peliaguda es qué pasaría cuando una estación con nombre comercial fuera escenario de una tragedia, y la empresa patrocinad­ora saliera en las noticias en conexión con un grave accidente o atentado terrorista (173 personas murieron en una avalancha en Bethnal Green, 122 a consecuenc­ia de bombas alemanas en Balham y Bank, 31 en Kings Cross por un incendio, y 43 en Moorgate por un choque, aparte de las víctimas de los golpes yihadistas del 2005). Y, viceversa, qué pasaría cuando la firma patrocinad­ora sea objeto de un escándalo, como por ejemplo Enron, que en Houston daba nombre al estadio de béisbol los Astros.

En cualquier caso, el desequilib­rio entre ingresos y costes operativos hacen que la presión para buscar ingresos mediante “estrategia­s alternativ­as” sea cada vez mayor. En Japón hay estaciones donde al acercarse el tren suena la musiquilla asociada con una determinad­a marca, sin decir su nombre, y han llegado a venderse billetes comestible­s hechos de una popular marca de algas. Londres va con retraso...

El suburbano es una perita en dulce, con 11 líneas, 270 estaciones y más de cinco millones de viajes diarios

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BUDI NUR MUKMIN / GETTY

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