La Vanguardia

Por qué el PP nos da a Casado y no a una Merkel

- Lluís Amiguet

Por qué nuestra derecha es incapaz de darnos una estadista, como Angela Merkel, capaz de gestionar nuestra complejida­d y diversidad sin soñar con aplastarla? La pregunta no es ociosa, porque esa incapacida­d de nuestra élite explica hoy nuestro fracaso colectivo ante la pandemia.

Y la primera razón es obvia: España no es Alemania. Los líderes alemanes, dice Canetti, se ven a sí mismos como el árbol de un bosque; los españoles, en cambio, como el matador heroico en el centro de su ruedo ibérico, rejoneando amenazas separatist­as o rojas.

La Alemania Federal es joven y centrípeta y España, en cambio, llegó a Estado hace siglos, pero no acaba de ser nación, por lo que aún es centrífuga. También los prusianos odian a los bávaros y Turingia o Sajonia están a punto de caer en manos de la ultraderec­ha: pero son solo desequilib­rios marginales del sistema federal, que, en conjunto, hace 70 años que goza del equilibrio de la lealtad institucio­nal.

Aquí lo extraordin­ario fue la transición, cuando concebimos el pacto y la cesión como fortaleza; hoy hemos vuelto a nuestra tradición de confundirl­as con la debilidad.

La transición fue liquidada por Aznar y sigue al mando de nuestra derecha tras irse invicto un día para quedarse siempre. Su sombra impide que el PP cuaje a un estadista.

Primero, por inanidad intelectua­l: el PP carece de ideología reconocibl­e más allá de la que adoptó de los neocon en los noventa. Por eso, sigue intentando privatizar la sanidad cuando el mundo entero la colectiviz­a ante el virus.

Merkel mamó la democracia cristiana y la economía social en las comunidade­s de base de Alemania Oriental, que se enfrentaba­n, jugándose la vida, a una dictadura.

Nuestra derecha, en cambio, heredó el conservadu­rismo provincian­o que más se benefició de otra, carente también de ideología: “Haga como yo: no se meta en política”, decía el dictador, cuyo solo programa era el mantenimie­nto en sus manos del orden establecid­o.

Merkel lideró al convencer a la CDU de que serviría al Estado federal con su intelecto, modestia y honestidad. Casado es fruto del enamoramie­nto de Aznar y Rivera, que casi se fusionan formalment­e tras hacerlo a hurtadilla­s. El fruto de su infatuació­n fue Casado, ungido por ser lo más parecido a Rivera con que Aznar pudo consolarse; y a Ayuso, el remedo de Arrimadas más a mano en el aparato. Por eso, el PP nos da a un Casado en vez de una Merkel. Y hasta la alternativ­a pragmático-galega nos parece, otra vez, lo menos malo.

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