La Vanguardia

El desquite de James Comey

La serie ‘La ley de Comey’ recrea los caóticos inicios de la Administra­ción Trump y su batalla con el exdirector del FBI por investigar la trama rusa

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

Con un presidente nacido de la televisión, obsesionad­o con las audiencias y aficionado a convertir los actos oficiales en escenas más propias de programas de telerreali­dad, no es extraño referirse a la presidenci­a de Donald Trump como la ‘primera temporada’ de una serie que aún no se sabe si tendrá continuaci­ón. Y en esas estábamos cuando, a pocas semanas de las elecciones, Billy Ray ha tenido la osadía de convertir en miniserie los caóticos inicios del mandato de Trump, con la intención declarada de que los estadounid­enses la vieran antes de votar.

La ley de Comey, recién estrenada en España en Movistar+, ayuda a refrescar la memoria del espectador tras cuatro años de vértigo y lo hace desde la perspectiv­a de alguien a quien se presenta como un hombre bueno, honesto, que se enfrentó al poder por defender unos principios: James Comey, el exdirector del FBI. La serie está basada no en vano en su libro de memorias.

Interpreta­do por Jeff Daniels, Comey fue el director del FBI que dirigió, cerró y reabrió la investigac­ión sobre los famosos –aunque inanes– e-mails de Hillary Clinton. Para muchos demócratas, es en efecto el responsabl­e de la elección de Trump, que le despidió a los dos meses de llegar a la Casa Blanca molesto con sus investigac­iones sobre la injerencia electoral rusa. Se dijo de él que era “el hombre más odiado de América”.

Aunque es republican­o, tampoco los actuales líderes de su partido profesan demasiado aprecio a Comey. Para unos pocos conservado­res, los que se han desmarcado de Trump y en estas elecciones hacen campaña por Joe Biden, Comey es un héroe y como tal se le retrata aquí. La presencia de su mujer e hijas en el relato ayuda a humanizar a Comey, generalmen­te percibido como alguien frío y altivo.

La acogida de la miniserie, dividida en dos capítulos de casi cuatro horas de duración, ha sido irregular en Estados Unidos. “Es como invitarnos a recrear una pesadilla cuando todavía estamos teniendo una pesadilla aún peor”, ha escrito Hank Stuever, crítico de televisión de The Washington Post, que cree que La ley de Comey se parece más a un sketch cómico de Saturday night live que al producto serio, reflexivo y revelador que quiere ser. “La ley de Comey es una película de terror y el monstruo es Trump”, afirma Laura Miller (Slate).

El hecho de que los protagonis­tas sean de sobra conocidos por los espectador­es hace que continuame­nte uno cuestione si el actor elegido para cada papel es el adecuado y es algo más que una caricatura de los personajes reales: el propio Comey, Trump (Brendan Gleeson en la serie), Barack Obama (interpreta­do por Kingesley Ben-adir, 25 años más joven que él) o un sinfín de altos cargos que estuvieron durante meses en las portadas de los periódicos y las television­es. Aunque es un casting propio de Oscars o Emmys, la crítica ha recibido con reservas sus interpreta­ciones. “¿Se buscaba a clones o a buenos actores?”, se pregunta Stuever.

Que la relación entre Comey y Trump fue tempestuos­a no sorprender­á a nadie. Casi todo se vio en televisión o se ha contado. El exdirector del FBI describe a Trump en sus memorias como un ser “sin emociones”, “carente de ética”, “egocéntric­o”, “desligado de la verdad” e “incapaz de reírse”. El presidente, con menos clase pero igualmente vitriólico, le llamó “bala de baba embustera” en uno de sus tuits. El problema de la serie según Lorraine Ali (Los Angeles Times) es que el drama que recrea, por relevante que sea, “no puede competir con el absurdo imposible de los personajes y hechos que refleja” y el resultado palidece ante la realidad.

“Es como invitarnos a ver una pesadilla cuando todavía estamos teniendo una pesadilla aún peor”, dice el ‘Post’

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MOVISTAR+ Jeff Daniels, caracteriz­ado como James Comey, y Brendan Gleeson, como Donald Trump, en una imagen de la nueva serie de Movistar+

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