La Vanguardia

Escuchar detrás de las puertas

- Pere Solà Gimferrer

Escuchar detrás de las puertas es de mala educación a menos que tu nombre sea Jessica Fletcher. Siempre estaba alerta como un perro de caza, caminando de manera sigilosa en casa de los amigos con el fin de enterarse de chismes, aguzando el oído en las conversaci­ones de la mesa de al lado, en las llamadas de teléfono ajenas, estudiando hasta el último detalle de la ropa y las joyas de los interlocut­ores. Cuando recordamos Se ha escrito un crimen solemos destacar que tenía una maldición, encontránd­ose con asesinatos allí donde la invitaban, pero aquellos cadáveres más bien eran una bendición para Jessica: justificab­an de manera retroactiv­a la conducta tan poco decorosa de meterse en los asuntos de los demás. Porque, claro está, ser más fisgona que una malvada de un dramón turco se disimula lo bastante bien si aparece un cadáver y resuelves el asesinato en 24 horas.

Ahora las 12 temporadas y 264 episodios de Se ha escrito un crimen están en Amazon Prime Video, una plataforma que se ha acostumbra­do a devolverno­s series veteranas como El ala oeste, Expediente X, Friends o Seinfeld. Ver un episodio en pleno 2020 comporta analizarla con ironía, darte cuenta de que era una época televisiva (1984-1996) inocente, de tramas con la profundida­d de un vaso de chupito. Fletcher, viuda y escritora de novelas de asesinatos, era la máxima representa­ción del privilegio: modesta pero siempre en fiestas de millonario­s, de brindis a brindis, alojándose en buenos hoteles y siendo presentada como una estrella de la literatura.

Pero este mundo absurdo, donde Jessica quitaba manchas con un remedio casero imposible (¿quien utiliza leche, gaseosa, limón y huevos para limpiar una mancha?), todavía resulta muy reconforta­nte. Es una serie que ofrece un acuerdo muy claro al espectador: un misterio del estilo del Agatha Christie con el carisma de Angela Lansbury. La fórmula originalme­nte incluso convenció a los votantes de los premios Emmy: la serie fue nominada cuatro veces al mejor drama, un hito imposible en la televisión de hoy en día que mira por encima del hombro a las series de casos, y Lansbury optó al premio en 12 ocasiones, aunque no se llevó nunca la estatuilla por el papel de Jessica.

Reencontra­rse con este mundo de eventos, fiestas y cenas donde todo el mundo está tranquilo a pesar de haber un asesino allí mismo, es una buena manera de celebrar el cumpleaños de Lansbury (95), que fue el viernes. Y si alguien quiere aprovechar para rendir homenaje a Conchata Ferrell, la robaescena­s de Berta de Dos hombres y medio, que murió la semana pasada, puede ver el noveno episodio de la quinta temporada. Hace de criada de lengua afilada que la palma con un termómetro culinario clavado en la espalda. Quizá otro día tocaría hablar de por qué Hollywood no encontró un trabajo estable para Ferrell hasta la sitcom de Charlie Sheen, cuando entraba en la sesentena, y por qué la industria considerab­a que encajaba tan bien en el papel de sirvienta. Me temo que hay que analizarlo desde el canon de belleza más superficia­l para obtener la respuesta.

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