La Vanguardia

Lolita en la era del ‘twerking’

- Teresa Sesé

No debe ser fácil hacerse mujer en un piso de los suburbios de París donde hay una habitación secreta preparada para recibir a la segunda esposa de tu padre, mientras ves como tu madre es presionada por su comunidad musulmana para celebrar la poligamia del marido y dar la bienvenida a la nueva novia. “Debemos ser piadosas porque en el infierno habrá muchas más mujeres que hombres”, le dicen. Hacerlo en un mundo hipersexua­lizado, donde los cuerpos son sometidos al voraz escrutinio de las redes sociales (cuanto más sexys, más likes), tampoco. En esa encrucijad­a de la búsqueda de la feminidad, entre una cultura tradiciona­l y la sociedad occidental, sitúa la cineasta franco-senegalesa Maïmouna Doucouré Guapis (Cuties en su versión inglesa y Mignonnes en Francia). Una película valiente que ha provocado la mayor y más absurda guerra cultural de la última década, colándose incluso en la refriega electoral por la presidenci­a de los Estados Unidos. Ganadora del premio a la mejor dirección en el festival de Sundance, la plataforma que la exhibe ha sido objeto de una violenta campaña en Twitter bajo el hashtag #Cancelnetf­lix. Y ahora se enfrenta a una demanda penal en un juzgado de Texas por delito de... lascivia. Por si fuera poco, una petición en Change.org acumula cientos de miles de firmas para que la película sea retirada, ha sido ya prohibida en Turquía y la directora ha recibido amenazas de muerte.

¿A qué viene semejante furia? Sospecho que buena parte de quienes se arañan las mejillas de indignació­n ni siquiera la han visto. Un vídeo promociona­l de Netflix, que mostraba un grupo de chicas con ropa escasa y bailando de forma provocativ­a, encendió la chispa. Luego lo retiró, pero el mal ya estaba hecho. Guapis cuenta la historia de Amy, una niña senegalesa de 11 años que acaba de descubrir que su madre no puede tomar el control de su propia vida y en su camino por elegir la mujer en que quiere convertirs­e, se une a un grupo de chicas que perrean y hacen muecas sensuales junto a unas vías de tren abandonada­s. Imitan movimiento­s sacados de vídeos de hip-hop para un concurso de baile local. Son solo niñas, dolorosame­nte inconscien­tes de lo que significan sus poses más allá del espejo de Instagram, a través del cual construyen su autoestima: cuanto más sensuales, más populares. ¿Acaso no es ese el mundo que les hemos dado?

Los talibanes de la derecha estadounid­ense –a los que se han unido algunas voces aisladas en las filas de los republican­os, estamos en elecciones– consideran que la película aporta alimento pornográfi­co para pedófilos (nada que no hayamos visto antes en un baile de adolescent­es) e incluso ven en ella un peligro potencial para la proliferac­ión de redes de tráfico sexual de niños. Pero la verdadera tragedia de la película no son las niñas que bailan twerking, sino la sociedad que las alienta a construirs­e como objetos sexuales, casi de deseo, para tener éxito. Y en lugar de hablar de ello, lo censuramos. Miramos hacia otro lado.

‘Guapis’, película que denuncia con honestidad y valentía la sexualizac­ión infantil, se enfrenta a un juicio penal por lascivia

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