La Vanguardia

La segunda vez hace olvidar la primera

Cada vez que Figo tocaba la pelota la bronca sonaba con voluntad de posteridad

- EL REPORTAJE Sergi Pàmies Barcelona

Las efemérides sirven para ordenar lo que la memoria modifica. Hace veinte años, Luís Figo volvió al Camp Nou vistiendo la camiseta del Real Madrid. Pero cuidado: no fue la noche de la cabeza de cochinillo. Repito: no fue la noche de la cabeza de cochinillo. Durante el partido llovió, el entrenador del Barça era Llorenç Serra Ferrer, en el Barça jugaban, entre otros, Abelardo, Puyol, Cocu y Reiziger y en el Madrid Raúl, Guti, Munitis y Makelelé. A diferencia de lo que afirman algunas versiones, Figo no se escondió. Incluso lanzó una falta peligrosa que, en circunstan­cias normales, habría ejecutado Roberto Carlos y le sacaron una tarjeta amarilla por una de esas entradas que aplaudíamo­s cuando jugaba con el Barça pero que, con el Madrid, nos parecían dignas de ser castigadas con roja directa.

Un dato objetivo: la eficacia del juego de Figo fue desactivad­a por un marcaje individual con denominaci­ón de origen Puyol. Cada vez que Figo tocaba la pelota la bronca sonaba con voluntad de posteridad y cuando se acercaba a la banda o a los córneres, le lanzaban objetos no tan icónicos como el cochinillo decapitado que, en el 2002, desmintió la teórica urbanidad del Camp Nou. El comentario oficioso que resumió la actitud de Figo: que no se había atrevido a lanzar los córners (como si fuera posible en esas circunstan­cias).

La simbología ofensiva del cochinillo alteró la memoria de muchos culés, que hoy fruncen el ceño cuando redescubre­n ese primer regreso de Figo parcialmen­te olvidado, mucho menos escandalos­o y mítico que el segundo. La prueba de que la animadvers­ión ambiental fue relativame­nte civilizada es que al final del partido el portugués fue abrazado fraternalm­ente por Sergi y, con mayor moderación, por Abelardo y Rivaldo. Este gesto se interpretó como un acto de apoyo a un excompañer­o, al margen de las connotacio­nes sagradas de fidelidad a los colores.

HOMBRE A HOMBRE

El juego del portugués fue desactivad­o por un marcaje con denominaci­ón de origen Carles Puyol

UNA IMAGEN INOLVIDABL­E

La simbología ofensiva de la cabeza de cochinillo llegó después, pero alteró la memoria de muchos culés

Igual que sucede con el concierto de los Beatles en la Monumental, no todos los culés que afirman haber ido al Camp Nou aquella noche estaban ahí pero, a estas alturas, mejor no llevarles la contraria. A menudo la memoria es una forma legalizada de ficción, quizá porque, como decía Robert Louis Stevenson, tener buena memoria también sirve para decidir qué tienes que olvidar y qué no. Hablo por mí: no recordaba el primer regreso de Figo y daba por hecho que el segundo había sido el primero. También recuerdo que el lanzamient­o del cochinillo me pareció –a mí y a muchos– una vergüenza impropia de un club como el Barça. Era una opinión que entonces también funcionó como sucedáneo de protesta contra las vinculacio­nes entre los sectores más cafres y violentos de la afición y una directiva que agonizaba en la decadencia.

El paso de los años, sin embargo, hizo confluir dos fenómenos. Por un lado, la escena del cochinillo creció en valor simbólico gracias a que la animadvers­ión contra el Madrid en general y la traición de Figo en particular se consolidar­on como señas de identidad del barcelonis­mo moderno. Era una forma de adoctrinam­iento por inmersión a la que la perspectiv­a de los años aportó más indulgenci­a (y cierto orgullo salvaje) que vergüenza. A base de repetir la imagen y anteponer el factor emocional a la objetivida­d de hemeroteca, se alteran las percepcion­es y el pasado se somete a una especie de cirugía estética. Por otro lado, Figo no hizo nada para redimirse. Al contrario: oficializó su convicción de que jugar en el Barça sirve para consolidar una carrera mientras que jugar en el Madrid sirve para culminarla y reforzó el lado más desagradab­le de su perfil.

Es una opción que, como es lógico, lo distanció del Camp Nou, pese al esfuerzo de algunos de sus compañeros (Guardiola, sin ir más lejos) por explicar la historia desde el punto de vista del pragmatism­o profesiona­l, tan alejado del fragor sentimenta­l de los aficionado­s. Veinte años más tarde, cada uno puede entretener­se en remover los estantes de su propia memoria y comprobar si el recuerdo que nos ha quedado de Figo son los años que jugó en Barça (y sus cánticos antimadrid­istas en el balcón de la Generalita­t) o la aureola de Judas oficial encarnada por un cochinillo que la leyenda ha transforma­do en uno de los tótems de la tribu. Un cochinillo decapitado que, para que quede claro, no voló la primera noche que el portugués volvió al Camp Nou como madridista sino la segunda. Por cierto: aquella primera noche el Barça ganó 2-0 y uno de los goles lo marcó Luis Enrique, que muchos madridista­s también consideran un traidor.

 ?? GETTY IMAGES ?? El duelo. Carles Puyol persigue a Luís Figo en un uno contra uno que se convirtió en una constante durante el encuentro en el Camp Nou
GETTY IMAGES El duelo. Carles Puyol persigue a Luís Figo en un uno contra uno que se convirtió en una constante durante el encuentro en el Camp Nou
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