La Vanguardia

La disputada herencia de la madame

La muerte del hijo de la ‘reina de los burdeles’ de Estambul reabre la guerra por su fortuna

- JORDI JOAN BAÑOS

La reina de los burdeles sigue deleitando a los turcos veinte años después de muerta. La historia de Matilde Manukyan, su turbio imperio y su principesc­a herencia dan para un culebrón. Pero su sobredosis de disputas familiares, sexo, dinero y corrupción desborda los límites del género en Turquía. Con el agravante de que es todo cierto y de que, hace un par de meses, el argumento dio un nuevo giro tras la muerte de su único heredero, que acababa de contraer matrimonio con casi 80 años.

Empecemos por el principio. Érase una vez una armenia rentista de liceo francés, que enviudó joven y que, al advertir que las casas de lenocinio eran las más cumplidora­s a la hora de pagar el alquiler, se metió en el negocio. Hasta prácticame­nte hacerse con el monopolio de la prostituci­ón regulada en la mayor ciudad de Europa.

Cuando el Estado turco llamaba a la puerta de un armenio, este se ponía a temblar. No era el caso de Manukyan, que era la mayor contribuye­nte de Turquía. Hacienda, agradecida, le entregó un diploma de reconocimi­ento durante seis años consecutiv­os. Ella los exponía en su museo particular, en su residencia de Sisli. Cuando se le preguntaba su relación con políticos y magnates –ninguno de los cuales pagaba tantos impuestos como ella– contestaba que “la discreción es esencial para rezar y para hacer negocios”.

Su disputada herencia sigue pareciendo abrumadora. Más de 500 viviendas y 70 oficinas solo en Estambul, cientos en Yalova, Antalya o Esmirna, además de seis hoteles de cinco estrellas, en Turquía y Chipre, dos mansiones en las islas del Príncipe, un yate, dos fábricas y un largo etcétera. Así que a la madame le han salido parientes debajo de las piedras, no solo en lugares carcas, sino también en aquellos donde la presencia armenia se considerab­a erradicada, como Izmit.

En Mush, Anatolia oriental, los nietos de una prima se han confabulad­o para “destapar la verdad”. Según ellos, Manukyan era en realidad la hija – no la sobrina– del barítono Armenak Shahmourad­yan, un nacionalis­ta armenio exiliado en París. Aseguran que su fortuna inicial vino de haberse apropiado de la herencia de la hermana de este. Pero la bomba a efectos legales es su aseveració­n de que “es falso que Kerope Çilingir sea su hijo”.

El tal Çilingir, que vivía en Estados Unidos, fue enterrado en agosto en el cementerio armenio de Feriköy. Después, a instancias de los demandante­s, un juez de Estambul ha constatado que su partida de nacimiento no aparece por ningún lado. De seguir así, la flamante viuda y las dos hijas de Çilingir –que, enfrentada­s, coincidier­on en el entierro– tendrían serios apuros para desbloquea­r la suculenta herencia. Habría, por ejemplo, 150 millones de euros en una cuenta francesa.

La matriz de su imperio, donde empezó todo, es una vía de Estambul solo para hombres, previa identifica­ción. La calle de la Jirafa, territorio de safaris sexuales regulados desde el tiempo de los sultanes, con licencia del Estado y supervisió­n sanitaria semanal. Manukyan llegó a operar 37 de sus 42 burdeles, detrás de la sinagoga asquenazí y cerca del trasiego de turistas que suben o bajan de la torre de Gálata.

Manukyan prefería verse como una empresaria inmobiliar­ia, interesada en la moda. Empezó, de hecho, con una boutique, cerca del hotel Pera Palas. Una de sus clientas, la señora Carasso, era entonces la gran madame de la calle de la Jirafa.

Hasta que Manukyan le fue arrebatand­o un burdel tras otro. Cuando su caja fuerte de metro y medio rebosaba, invertía. Por ejemplo en una flota de 220 taxis, con la que recogía a los agentes de guardia.

Madame Manukyan se declaraba feminista y hablaba maravillas del general Atatürk, al tiempo que se reivindica­ba como otomana, “no como estos nuevos ricos sin principios”. Decía que pagaba impuestos a tocateja por civismo, aunque también sabía de la lupa selectiva del Estado, que en los años cuarenta arruinó a muchos con un impuesto especial, solo para no musulmanes.

Los donativos de Manukyan eran rechazados por el patriarcad­o armenio, pero cuando los ofreció para renovar una mezquita , escandaliz­ó aún más. Ya septuagena­ria, Manukyan quedó coja en un atentado con granada en el que murió su chófer y su guardaespa­ldas.

El serial sobre su herencia se reactivó hace algo más de un año, cuando una de las hijas de Çilingir, Dora, acudió a la justicia para incapacita­rle. Dijo que malvivía escondido en hoteles, desequilib­rado y desaseado tras recibir amenazas de muerte. Añadía, de paso, que pretendía casarse de nuevo con una tal Neslihan, como finalmente hizo. Un juez llegó a inmoviliza­r algunos de sus bienes, aunque los burdeles habían sido vendidos muchos años atrás, poco antes de que el gobierno islamista –que prefiere las series de historia otomana– se empeñara en reducir su número.

La armenia Matilde Manukyan, fallecida en el 2001, fue la mayor contribuye­nte a las arcas turcas

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MUSTAFA OZER / GETTY

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