Moción sin futuro, con ecos del pasado
La moción de censura de Vox contra Pedro Sánchez y el Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos fue defendida ayer por el partido ultraderechista en el Congreso, sin apoyos para su éxito. Dicha moción, anunciada un ya lejano 29 de julio, llega en días de grave crisis sanitaria, con las cifras de la segunda oleada de la Covid-19 disparadas, propiciando cierres comerciales, confinamientos y toques de queda, con una crisis económica inédita y con una agitación política a la que se suma un creciente malestar social.
Las prioridades de la mayoría no pasan hoy por una enmienda de extrema derecha a un Gobierno de coalición que bracea en minoría en aguas encrespadas. El buen sentido nos dice que esta sería la coyuntura adecuada para una pausa en la brega partidista y para proceder a la excepcional colaboración de los rivales tras unos objetivos comunes, que por una vez están meridianamente claros. Pero la tendencia a la crispación, que está en el ADN de Vox, y a la que irresponsablemente se ha adherido a menudo el líder Popular Pablo Casado, como si Vox le desestabilizara cada vez que le acusa de “derechita cobarde”, nos han traído aquí.
Para este viaje no hacían falta alforjas. Lo que ayer propusieron Santiago Abascal, líder de Vox, y el diputado Ignacio Garriga –al que se dio la oportunidad de defender la moción, acaso de cara a su candidatura en las catalanas de febrero–, se parecía, más que a una oferta de futuro, a un plan de vuelta al pasado autárquico (“No nos salvará Bruselas, sino Móstoles”, proclamó Abascal). Pese al sombrío panorama sanitario, económico y social, las preocupaciones de Vox tendrían que ver, según nos recordaron ayer, con las autonomías, las oenegés “paranoicas”, los inmigrantes y el feminismo. Y, por supuesto, con un Gobierno al que se acusó de ilegítimo, criminal, mafioso o narcosocialista, de ser el peor en ochenta años –de lo cual se infiere que Vox prefiere los de Franco–, y también de mentiroso. Ahí emuló Vox la estrategia de Trump, que atribuye al rival el tipo de faltas que a él no le disgustan. Por ejemplo, cuando Abascal tildó al Gobierno de golpista y totalitario. Todo parece valerle a Vox para ganar músculo y tratar de imponerse en un supuesto mañana apocalíptico.
Al PP el anuncio de la moción ya le pilló a contrapié, y ayer, tras dos meses y medio, seguía con el paso cambiado, sin aclarar si votaría no o se abstendría. Y casi se entiende, porque ambas opciones tienen riesgos: acertó Sánchez al decir que la moción era una “opa hostil” al PP. También obedecía, añadimos aquí, al deseo de hacer ruido y ganar visibilidad. Para el PSOE fue solo “odio y cólera”, además de una ocasión para que Sánchez se mostrara integrador y fuera reagrupando contra Vox, ante el debate de los presupuestos, a la mayoría de la investidura. Las votaciones de la moción nos dirán si el presidente tuvo éxito.
Vox propone nostalgia autárquica en unos días que exigen unidad contra la crisis sanitaria y social