La Vanguardia

Apocalypse ayer

- Maricel Chavarría

Todas tenemos un pasado. Quien más quien menos ha dado el cante en una discoteca, y no necesariam­ente en la pista de baile donde la mayoría hemos sido felices a lo largo de décadas y movidas musicales. La cuestión es haber dado el cante en escena.

Sucedió a mediados de los años 80, cuando la radiofórmu­la daba salida a todo tipo de productos rápidos. Se llevaba el maxisingle y las discográfi­cas en Barcelona no tenían inconvenie­nte en alquilar un estudio de grabación para una sola canción. Solo había tres condicione­s: tema bailable, letras en inglés y un nombre artístico internacio­nal. Por ejemplo, David Lyme, Alan Cook, Kristian Conde... o el mío, Tokio, pronunciad­o con acento en la i. El resto, llegado el caso, era cosa del playback, ya fuera en el escenario ambulante de Los 40 Principale­s o en una discoteca del momento.

Así que cada mañana durante lo que pareció un siglo me desperté con las notas pizpireta de uno de los éxitos del italodisco, al que yo misma puse voz, You can’t stop this game.

Ocho compases de sintetizad­or, entraba la caja de ritmos y, 24 después, mi voz. Por suerte daba tiempo a abalanzars­e sobre el radiodespe­rtador y parar el temita resultón que chiflaba a los locutores. Grabé la maqueta en un miniestudi­o casero con el compositor y bajista Joan Pérez, un todoterren­o que fundó luego la banda T. Buitres e hizo éxitos como El mapa del teu cor para la serie El cor de la ciutat.

Pues bien, la Tokio que fui hizo su presentaci­ón en la discoteca Apocalypse de la calle Lepant, local que admitía a chavales de calcetín blanco y ropa holgada pero no a fans de The Clash, por así decirlo. Una disco de barrio –Apoca la llamaban– de la que solo llegué a pisar el escenario pero que parecía hacer feliz a mucha gente a pesar del playback descarado.

Sirva la anécdota como homenaje universal a todas las discotecas hoy cerradas por la pandemia. Hay que reivindica­rlas, desde las cool hasta las kitsch. La mera palabra discoteca cobra connotacio­nes nostálgica­s. Y siento especial nostalgia por una a la que nunca fui y cuya escena no llegué a presenciar: años setenta, Studio 54 de Nueva York –excelente el documental en Filmin–. Un histórico espacio de libertad y provocació­n cuya energía atraía a los cuerpos más rítmicos y las mentes más sexis. ¡Y qué mentes! Ahí podías encontrar a Mick Jagger durmiendo la mona en el hombro de Mijaíl Baríshniko­v, a Warhol admirando el look de Grace Jones... A todos ellos, un saludo reverencia­l. Y que nos quiten lo bailao... o lo que nos hubiera gustado bailar.

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