La Vanguardia

Como en la ley seca

- Fernando Ónega

Estoy fascinado. En Alicante acaban de descubrir un casino clandestin­o detrás de una estantería de quesos en una tienda gourmet. Me puse a indagar y resulta que España está plagada de locales de ocio clandestin­o en sótanos, detrás de tiendas de renombre, tras largos pasadizos a los que se llega después de atravesar un hotel o en pisos que se utilizan prácticame­nte como discotecas. Son más o menos cutres, más o menos vintage, más o menos salubres, pero tienen la seducción de lo prohibido. Para darles más emoción, en muchos de ellos solo se puede entrar con santo y seña, que es lo que condiciona el derecho de admisión.

La verdad es que han existido siempre. Desde luego, en el franquismo, cuando la clandestin­idad era costumbre y necesidad. Necesidad política para hacer oposición, con riesgo de dar con los huesos en la cárcel, y muchos allí han terminado. Y necesidad social de espacios de expansión cuando el juego era un delito y hasta hubo ministros que, según la leyenda urbana, eran sorprendid­os en un ascensor camino de un tapadillo. Que levante la mano cualquier mayor de 60 años no clérigo que no haya sentido la emoción de burlar así, política o socialment­e, el control policial.

Ahora, con las restriccio­nes que impone la pandemia, parece que vuelven. De algo hay que vivir y con algo hay que disfrutar si las discotecas no están operativas, si cierran bares y restaurant­es, no hay donde tomar una copa, están apagados los locales de alterne y no digo nada si se decreta el toque de queda: esos lugares ocultos y enigmático­s serán los nuevos speakeasy de la ley seca. Tras ellos, que algunos llaman antros como en los viejos tiempos, vendrán los vendedores de alcohol, quién sabe si de garrafa, de tabaco de contraband­o y productos prohibidos, como los del menudeo de coca y hachís. Y, siguiendo con el ejemplo de la ley seca, habrá policías corruptos y un día un periodista encontrará a alguna autoridad dándole al tarro en una covacha.

Lo mismo estamos ante un cambio cultural entre los muchos que produce el coronaviru­s. Lo mismo se cumple el pronóstico gubernamen­tal de que de esta saldremos distintos y la primera distinción será volver a esos lugares y las ciudades deberán tener su guía secreta. Y cuando todo pase y todos estemos vacunados y volvamos en serio a la normalidad con todas las libertades, ¿vamos a renunciar a los antros, con lo que costó crearlos y con el encanto de lo subreptici­o? El morbo exige que, cuando todo está permitido, algo ilegal hay que inventar.

Cuando todo pase, ¿vamos a renunciar a los antros, con lo que costó crearlos?

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