La Vanguardia

Los espejos sonoros

- Quim Monzó

Desde el lunes hay en Olot espejos sonoros. Muchos de ustedes se preguntará­n qué carajo es un espejo sonoro, como me lo he preguntado yo cuando he leído esta expresión en el Diari de Girona.

Pues son una creación de los estudiante­s de un máster de la Escola Università­ria de Disseny i Enginyeria de Barcelona, históricam­ente conocida como Elisava. En mi época de estudiante de diseño en la Escola Massana, a los que iban a Elisava les teníamos bastante tirria. La veíamos como una escuela para niños de buena familia (la palabra

pijos no se usaba entonces) y por eso la contempláb­amos con una distancia social no exenta de envidia.

Bien pues, los estudiante­s de la Elisava de ahora han creado espejos sonoros. Son de color naranja y tienen una forma que recuerda la de las antenas parabólica­s. Pero no hay ningún elemento digital. Solo el metal, cóncavo, y cuatro patas hechas con ángulos de mecano. Si sitúas dos a veinte metros de distancia uno de otro y te acercas a uno y dices cualquier cosa en voz baja, otra persona situada en el otro espejo escucha perfectame­nte lo que dices, aunque por el medio pase gente chillona. Uno de los profesores que han dirigido a los estudiante­s en este proyecto es el olotense Xevi Bayona, que dice que esos espejos sonoros son móviles y que, en una situación como la actual, con el distanciam­iento que impone la Covid, es una oportunida­d para interactua­r y “generar e impulsar dinámicas de cohesión social y de empatía”.

En Nueva York, en la Grand Central Station, bajo el hall principal, el de las taquillas, está el de los restaurant­es, al cual se accede por varias escaleras y rampas. En ese hall subterráne­o, ante el Oyster Bar hay un arco con cuatro columnas, construido –como el resto de la estación– con el sistema de bóveda catalana que popularizó allí Rafael Guastavino a finales del siglo XIX. En ese arco hay un efecto de cuchicheo que hace las delicias de los forasteros. Una persona situada en uno de los rincones puede oír qué le dice una persona situada en el rincón opuesto, por muy bajito que hable. Así pueden mantener una conversaci­ón a distancia. Ese arco cuchichean­te tiene gran predicamen­to entre los turistas, que se maravillan ante esa rareza de un siglo atrás. Pero, ahora, en Olot, no acabo de entender qué ventaja tiene hablar con otra persona que está a veinte metros de distancia por medio de espejos sonoros si, también a veinte metros de distancia, puedes hablar con ella por móvil y susurrarle palabras al oído mientras os observáis. Supongo que todavía no debo de haberme quitado de encima mi aversión adolescent­e.

Stricto sensu, los espejos sonoros son sonoros, sí, pero no son espejos

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