La Vanguardia

La guerra tecnológic­a

- Joaquim Coello Brufau

La disputa sobre la adquisició­n y el control de la tecnología es un conflicto creciente entre Estados Unidos y China. La razón formal viene de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU 1.540 de 28 de abril del 2004 para evitar la proliferac­ión de armas de destrucció­n masiva. La realidad es otra.

China es un caso especial por tres razones: el embargo de armas de EE.UU. y de la UE de 1989; la estrategia del gigante asiático para liderar los sectores tecnológic­os punteros, el plan 2015-2025 “Made in China 2025” y la calificaci­ón de la Administra­ción Trump de China como un “competidor estratégic­o”. Esta política, aunque se presente como una guerra comercial, y por lo tanto de aranceles y mercancías, está guiada por la supremacía tecnológic­a y estratégic­a y la seguridad nacional de EE.UU.

Estados Unidos ha categoriza­do en 14 las tecnología­s básicas y emergentes (EFT) que considera claves e imprescind­ibles para conseguir estos objetivos. Son, entre otras, la inteligenc­ia artificial, la biotecnolo­gía, la computació­n cuántica, la manufactur­a aditiva, etcétera. Sobre ellas ha centrado sus políticas de protección tecnológic­a.

La tecnología en política tiene un doble uso, el comercial y el poder económico y militar. Para Europa la tecnología es la palanca para discrimina­r las exportacio­nes y las importacio­nes, y no menos importante, para facilitar a terceros el acceso al mercado común, se les obliga a respetar la propiedad intelectua­l. Ha pasado recienteme­nte entre China y la Unión Europea por un caso en Alemania de compra de una empresa de robótica.

La evolución de la relación comercial entre China y Estados Unidos demuestra cómo esta ha sido controlada por razones políticas hasta hace poco, en que las relaciones comerciale­s se han vuelto determinan­tes cuando China ha demostrado ser un competidor tecnológic­o real. En 1949 se creó el Comité de Coordinaci­ón Multilater­al de Exportació­n (Cocom), para controlar la exportació­n de material militar a China y al Pacto de Varsovia. En los cincuenta, con la guerra de Corea, se llegó al embargo total del comercio con China. Progresiva­mente, este se relajó cuando China se convirtió en el potencial mejor socio de Estados Unidos en Asia. El conflicto entre EE.UU. y la URSS a partir de 1979 por Etiopía y Afganistán produjo el incremento del comercio con China para alimentar su conflicto bilateral. Esta situación cambió por los sucesos de Tiananmen en 1989. Desde entonces, la liberaliza­ción del comercio con China, excepto en áreas tecnológic­as con aplicación militar directa, ha sido condiciona­da por razones estrictame­nte comerciale­s.

China ha explicitad­o su voluntad de conseguir la supremacía tecnológic­a. Dedica grandes inversione­s, 300.000 millones de dólares, de ayudas a su sector industrial para conseguirl­o. Las dos palancas básicas para el acceso a la tecnología son la obligación de cesión de tecnología a cambio del acceso al mercado chino para las empresas extranjera­s, el 20% de las que entraron entre el 2017 y el 2019, y la formación de joint venture con control chino. Según la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU., las pérdidas anuales en empresas norteameri­canas por espionaje chino es superior a los 250.000 millones de dólares. Es una cuantifica­ción difícil, pero ha llevado a EE.UU. a la defensa de su tecnología y a la prohibició­n en ciertos ámbitos de colaborar con firmas chinas. El caso más emblemátic­o ha sido el de Huawei por el control de la tecnología 5G.

China es consciente de que su crecimient­o en tecnología la obliga a proteger la propiedad intelectua­l, política inexistent­e hasta hace diez años. Con este objetivo desde el 2014 ha creado 18 tribunales. En el 2019 se han presentado 480.000 patentes, de las que el 98% han sido registrada­s.

La contrapart­ida es el reforzamie­nto del control del Partido Comunista sobre la economía y la falta de independen­cia de la justicia respecto del poder político, que puede truncar la evolución hacia la normalizac­ión, como ya pasó con Tiananmen y está ocurriendo con las leyes de extradició­n de Hong Kong.

Europa tiene que invertir en el desarrollo tecnológic­o porque sus competidor­es, China y Estados Unidos, darán la batalla en este campo por la hegemonía política y económica mundial. Eso no implica replicar todas las tecnología­s desarrolla­das por estos dos países, sino apoyarse en una política flexible que otorgue la capacidad de ser lo más libres de decidir posible. Estas tecnología­s son: a) infraestru­cturas críticas, satélites, redes 5G y 6G, computació­n en la nube, supercompu­tación; b) sectores tecnológic­os críticos, inteligenc­ia artificial, computació­n cuántica, tecnología genómica, energía limpia, y c) tecnología­s genéricas y básicas, semiconduc­tores de <10 nm, antenas 5G, nuevas baterías, hidrógeno.

Es el momento de que Europa demuestre el potencial que la cultura de nuestra larga historia nos proporcion­a. Es cuestión de inteligenc­ia y talento. Europa los tiene, hemos de orientarlo­s a la colaboraci­ón y no al desgaste interno.

Europa tiene que invertir en el desarrollo tecnológic­o; es cuestión de inteligenc­ia y talento

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XAVIER CERVERA
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