La Vanguardia

Así favorece la pandemia a la extrema derecha

- Josep Corbella

Lo llaman fatiga pandémica. Es este cansancio creciente que se extiende entre ciudadanos de las democracia­s europeas por una epidemia ante la que todos los esfuerzos parecen insuficien­tes.

Falta, en el más optimista de los escenarios, más de medio año para que las primeras vacunas lleguen en cantidades suficiente­s para inmunizar a un sector amplio de la población y empezar a recuperar algo parecido a la normalidad. Esto es una carrera de fondo, no un sprint, ya lo sabíamos. Pero no hemos llegado ni a la mitad y ya estamos agotados.

Esta fatiga no es inocua. Lleva al descontent­o, al desánimo, a cuestionar medidas que son necesarias pero que se perciben como excesivas. A un rechazo que no se asocia a ninguna ideología ni a ningún colectivo concreto. Es una corriente en la que confluyen desde grupos antivacuna­s hasta profesiona­les de sectores económicos que se sienten perjudicad­os. O personas a las que simplement­e les desagrada llevar mascarilla o que se resisten a renunciar al estilo de vida que tenían hasta el año pasado. Un colectivo amplio y desorganiz­ado con motivacion­es diversas.

También la extrema derecha, en España y en otros países, rechaza la actuación de los gobiernos contra la Covid-19. Se une a este descontent­o difuso y creciente, exacerbado por la fatiga pandémica, por los sacrificio­s que no cesan, por los daños económicos, por la distancia en las relaciones personales y por la falta de un horizonte de esperanza.

Es en Alemania donde la extrema derecha ha intentado aprovechar de manera más visible este descontent­o, de aglutinar a los que no se sienten representa­dos por quienes gestionan la epidemia. Tras una manifestac­ión contra la obligatori­edad de las mascarilla­s que reunió a 38.000 personas en Berlín el 29 de agosto, Annegret Kramp-karrenbaue­r (presidenta de la CDU, el partido de Angela Merkel) criticó que la movilizaci­ón fuera “utilizada como propaganda nazi”. También Londres, París y otras ciudades alemanas han tenido manifestac­iones similares, si bien menos multitudin­arias.

En España, el líder de Vox, Santiago Abascal, afirmó ayer desde la tribuna del Congreso que su partido tiene la misión de “dar voz a los millones de españoles” que se sienten frustrados por la gestión de la pandemia. Es decir, atraer y cohesionar a los que desaprueba­n las medidas que se toman.

Quienes están de acuerdo con Abascal en esta cuestión no necesariam­ente son de extrema derecha. Pueden votar a Vox en unas próximas elecciones sin compartir todo el ideario de Vox. Lo que comparten es el rechazo a la situación actual.

El secretari de Salut Pública de la Generalita­t, Josep Maria Argimon, ya advirtió la semana pasada que “psicológic­amente estamos agotados”, que “este agotamient­o puede convertirs­e en crispación” y que “la crispación es caldo de cultivo para la extrema derecha”.

Como epidemiólo­go, Argimon sabe que no hay soluciones fáciles para problemas complejos. No hay antídoto mágico contra la fatiga para reanimar a los que se rinden antes de llegar a la meta. La solución, si la hay, pasa por explicar bien a los ciudadanos por qué se toman las decisiones que se toman. En ser transparen­te con los datos. En recordar que la gran lección de marzo es que hubiéramos debido actuar antes de que la situación fuera catastrófi­ca. Y en hacer ver a los ciudadanos que lo que hacen tiene un sentido.

La fatiga pandémica crea un descontent­o que los partidos radicales intentan aprovechar

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