Los de Els Quatre Gats honran a Verdaguer
El pasado jueves evocaba la agonía de Jacint Verdaguer en Vil·la Joana. Ahora se trata de evocar la inmediata reacción que se registró en los cenáculos artísticos.
Era la tarde del lluvioso 10 de junio, cuando la noticia de la muerte sacudió el ambiente bohemio de Els Quatre Gats. Un joven médico, enterado por la vía directa del doctor que atendía al poeta, gritó con emoción: “Mossèn Cinto ha mort!”.
Allí estaban sentados Albéniz, Casas, Pena, Utrillo, Romeu, Pitxot, Rusiñol, el periodista Carles Costa y el administrador de Pèl & Ploma Cel·lestí Galceran. Aunque demudados, Albéniz propuso rendir visita a Vallvidrera, y al punto fueron en el coche de Casas, acompañados por Rusiñol y Utrillo.
Llegados a Vil·la Joana, los Mossos no querían franquearles el paso, pero al fin les convencieron. Seguía lloviendo con intensidad. Junto al cadáver, amortajado con el hábito franciscano y una gran cruz sobre el pecho, estaban el viejo amigo fiel Lluís Carles Viada i
Lluch y Josep Mumbrú, alcalde de Sarrià.
Albéniz y Rusiñol depositaron al pie de la cama mortuoria un ramo de olorosa retama recién florecida y recogida a pie de camino.
Casas empuñó el cuaderno de dibujo y trazó con nervio y con emoción contenida un sobrio apunte a lápiz.
Al día siguiente Picasso, Rocarol, Sabartés y Àngel Fernández
de Soto, que no tenían un duro ni disponían de los medios de sus colegas mayores, decidieron rendir también el último adiós al poeta, y por ello no tuvieron más remedio que hacer el recorrido a pie. Fueron de noche y llegaron a primera hora de la mañana. Aguardaron cabe la puerta a que saliera el informal cortejo; cuando apareció el féretro, le lanzaron unos puñados de flores silvestres que habían recogido por el camino.
La comitiva formada por periodistas y empleados municipales hizo al cabo de un rato un alto en una taberna para reponer fuerzas, y abandonaron el féretro en la puerta; si tal falta de respeto sorprendió a los idealistas y devotos artistas, más les escandalizó ver salir entonces a un redactor de La Veu de Catalunya con restos de aceite de sardinas en la barba, que les preguntó quienes eran. Mereció una buena respuesta: “Aneu-vos-en a la merda!”.
Mario Verdaguer, redactor de La Vanguardia y escritor, precisa con detalle en su libro Medio siglo de vida barcelonesa que en la cinta de una las innúmeras coronas que fueron enviadas a la capilla ardiente, instalada en el Saló de Cent, se podía leer: “Els artistes d’els Quatre Gats a mossèn Cinto”. Fue el entierro más multitudinario, impresionante y sentido de la época.
Picasso y Sabartés, entre otros, subieron de noche a pie y lanzaron flores silvestres al ataúd