La Vanguardia

¿Se nos acabó el amor?

- JUAN CARLOS OLIVARES

Smiley. Després de l’amor

Autoría y dirección: Guillem Clua Intérprete­s: Albert Triola y Ramon Pujol

Lugar y fecha: Aquitània Teatre (20/X/2020)

Hace ocho años, Guillem Clua, Albert Triola y Ramon Pujol estrenaron un pequeño clásico de la comedia catalana contemporá­nea en la Sala Flyhard. Lo hacían con los mimbres de la comedia romántica clásica y recursos del indie de los años noventa. Ese éxito rotundo y expansivo se titulaba Smiley. Una història d’amor. Clua reivindica­ba una relación gay con todos los tópicos románticos entre dos personalid­ades antagónica­s e incompatib­les. Una comedia encantador­a que además contaba con la tremenda química personal entre Triola y Pujol.

El mismo equipo se ha reencontra­do en el Aquitània para una continuaci­ón que no es exactament­e una segunda parte. No puede serlo porque ha pasado el tiempo, el autor ha sumado vivencias y los personajes se enfrentan a la madurez. También el debate social ha cambiado y el amor romántico ha perdido glamur, muy cuestionad­o por el feminismo por ser, entre otras cosas, una puerta falsa para justificar relaciones tóxicas. No es éste el conflicto central, pero flota en algunas frases y explica de alguna manera por qué acaba como acaba Smiley. Després de l’amor. También difiere del primer texto en que es más evidente la mano intervento­ra del autor. Ha añadido filtros. Ha perdido su inocencia original: es más complejo, autorefere­ncial, metateatra­l y los personajes más condiciona­dos por los artificios dramáticos. Àlex y Bruno no son solo ellos mismos con unos cuantos años y cicatrices más. Cumplen con otros roles que ya no invitan a una relación directa y sencilla con el público. También es nueva la nostalgia que supura. Un “tal como éramos”, como si hubiéramos pasado de Norah Ephron a Sidney Pollack.

Quizá se haya amortiguad­o esa empatía inmediata con los protagonis­tas, pero permanece intacto el feeling mutuo y contagioso que desprenden los dos actores. Y la comicidad funciona por otros caminos, con más de un guiño dirigido a los que conocen las claves más celebradas del primer Smiley. Clua se exhibe de nuevo como un buen comediógra­fo, controla tiempos y el delicado equilibrio entre la comedia pura y los matices más dramáticos. Dura la referencia a la soledad impuesta, narrada con la ligereza de una anécdota de una drama queen. Y el gran hallazgo de este reencuentr­o: la aparición de ciertos fantasmas personales; genial por la simplicida­d –casi naif– del gag.

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