La Vanguardia

¿Qué fue lo último que hicieron los zares de Rusia antes de ser asesinados?

- SÍLVIA COLOMÉ

Se conocieron en una boda. Ella tenía 12 años y él, 16. Lo suyo fue un amor a primera vista que tuvo que superar las reticencia­s de las familias respectiva­s. Alejandra y Nicolás se casaron cuando todavía duraba el luto por el difunto zar Alejandro III. Se debía correr para que el gran imperio ruso tuviera una nueva pareja real a su mando. Ellos mismos reconocier­on que no estaban preparados para ejercer el poder ni lo deseaban, según relatan sus propios escritos en cartas y diarios personales que permiten conocer sus intimidade­s. “Es triste que mi trabajo me absorba tantas horas, que yo preferiría dedicar exclusivam­ente a ella”, llegó a lamentarse el zar.

Lejos de poder llevar una vida familiar, las preocupaci­ones de la pareja no pararon de crecer hasta el apoteósico final. Aunque la que más les inquietó, incluso más que la revolución y la abdicación, fue la grave hemofilia que sufría el zarevich Alexis y que provocó que entrase en sus vidas el fatídico Rasputín.

Gracias a los escritos de los zares y de personajes cercanos, algunos recogidos en Románov (Páginas de Espuma), se sabe que durante la reclusión de la familia en la residencia-prisión de Tsárskoye Seló, Nicolás II se sentía por fin liberado junto a los suyos. “Todos los que le conocían en su posición de prisionero admitían que Nicolás II siempre estaba de buen humor y disfrutaba de su nuevo modo de vida. Cortaba leña y la apilaba en el parque. Trabajaba en el jardín, paseaba en lancha y jugaba con sus hijos”, explicó el líder revolucion­ario Alexander Kérenski en sus memorias.

El 17 de julio de 1918, la familia real fue despertada por sorpresa pasada la media noche y conducida al sótano de su última prisión, la casa Ipátiev de Ekaterimbu­rgo. Se les leyó la sentencia de muerte. El zar no daba crédito. Se la tuvieron que repetir. No hubo tiempo para más. Ni la zarina pudo terminar de santiguars­e. Ella dejó escrito en su diario personal lo último que hicieron antes de acostarse. Como cualquier matrimonio de su época, mataron el tiempo jugando a cartas. Esa noche ambos perdieron la última partida.

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