La Vanguardia

La Catalunya babélica

- Francesc Granell

Es probable que los lectores informados esperen que este comentario de hoy glose la fallida moción de censura presentada por Vox contra el Gobierno de Pedro Sánchez, pero, en cambio, voy a fijarme en una noticia, quizás de menos alcance desde un punto de vista mediático pero sí de trascenden­cia sintomátic­a para Catalunya, que no es otra que la venta de una empresa familiar catalana tradiciona­l líder en el sector de pinturas a un fondo de inversión despersona­lizado.

Y es que en estos tiempos empiezan a ser demasiadas las empresas catalanas que están pasando por el mismo trance, vendiéndos­e a fondos de inversión especulati­vos sin otra alma que maximizar su beneficio.

Estas operacione­s resultan muy defendible­s desde el punto de vista de las familias que prefieren “hacer caja” y seguir luchando para rentabiliz­ar su negocio histórico en estos momentos difíciles, y no solo por la pandemia, sino por tener que lidiar contra el mal gobierno que estamos padeciendo y por la animadvers­ión que vuelve a padecer el “capitalist­a” en la ideología de alguno de los partidos políticos que ocupa el poder a escala municipal, catalana o española. No voy a ser yo quien critique a quien decida vender.

Lo que ocurre es que, queramos o no, la venta de empresas catalanas tradiciona­les a manos ajenas hace perder músculo a la reivindica­ción catalanist­a que se había

La venta de empresas tradiciona­les a manos ajenas hace perder músculo a la reivindica­ción catalanist­a

originado en generacion­es anteriores, desde nada menos que la época del romanticis­mo de mediados del siglo XIX.

Tal como está evoluciona­do la economía catalana, y viendo que sus principale­s empresas ya no pertenecen a familias catalanas sino a empresas multinacio­nales o a fondos de inversión –y menos mal que esto es así–, uno se pregunta quién va a hacer la, por algunos deseada, independen­cia de Catalunya.

Fueron las familias empresaria­s del siglo XIX o del siglo XX las que hicieron posible que Catalunya estuviera a la cabeza de España en cuanto a economía y empresa y en cuanto a su capacidad de grupo de presión para conseguir que la política organizada a escala española respondier­a –más o menos– a los intereses catalanes.

La identidad industrial catalana daba consistenc­ia al catalanism­o, cosa hoy difícilmen­te posible con la Catalunya babélica que se nos está quedando, con las mayores empresas dirigidas desde el extranjero, con las mayores rentas generadas por el turismo o por la especulaci­ón inmobiliar­ia y por una clase dirigente más rentista que emprendedo­ra, con un proletaria­do cada vez en mayor medida inmigrante y desinteres­ado de las cuestiones catalanas, solo mantenidas artificial­mente por una educación solo catalana o por los medios de comunicaci­ón de la Generalita­t, que únicamente parecen trabajar para la mitad independen­tista de la población.

No entiendo cómo esta Catalunya que se ha convertido en una torre de babel de idiomas e ideas va a poder jugar un papel importante en España o en Europa con los pocos mimbres que nos van quedando.

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