La Vanguardia

Todos los días son domingo

- Carlos Zanón

Vivimos tiempos en los que nada acaba. Todo es siempre lo mismo una y otra vez. Hubo un tiempo que en los bares había máquinas recreativa­s en las que ponías monedas y jugabas. A matar marcianos o evitar que se te colara la bola en el pinball. Uno jugaba y sabía que por muy bueno que fuera siempre acababa eliminado. En ello estaba, en cierto modo, la gracia. La muerte es lo único que da sentido a la vida. Y si no me creen, piensen en Drácula o en José María Aznar. En los bares ahora solo hay máquinas que juegan con la codicia y la fe en que uno puede descodific­ar a la suerte dentro de una máquina. Señores chinos y señoras españolas con el carrito de la compra, a la busca de los tres limones en dos pasos. Al menos ellos –a diferencia de nosotros– saben que ese juego acaba y han de volver a casa.

El tipo que decidió prolongar los juegos de ordenador hasta el infinito cambió nuestra percepción de la vida. El procés es eterno. Lo es la oposición cainita del PP y la incompeten­cia de Govern y Gobierno. Lo es la memoria histórica y son eternos Masterchef, Trump y los recopilato­rios navideños de Queen. Nosotros sabemos que, en realidad, ahora es el juego quien nos juega. Todos los días son domingo y no llega el Armagedón que acabe con todo (o al menos, con algo) y así podamos empezar a reconstrui­r sobre las ruinas o el olvido.

Necesitamo­s elegir y renunciar, pero es difícil dejar de drogarse cuando sabes que la droga es gratis y no acaba nunca su suministro. Siempre víctima, siempre la semana que viene, siempre el siguiente partido, siempre otra elección más, otro envite, siga usted repartiend­o cartas que la próxima es la buena.

Y ellos –nuestros políticos– saben que no les juzgaremos por cómo lo hacen sino solo por si siguen siendo de los nuestros. Por eso les da igual hacerlo bien, mal o no hacer nada. Votaremos a los mismos en el juego que no termina. Nuestros dirigentes estrellan nuestro coche una y otra vez contra el mismo árbol porque saben que esos trastos llevan el airbag de nuestra complicida­d, y al primer contratiem­po, hacen de calamar ofendido y sueltan su tinta de insultos, agravios, amenazas y flatulenci­as varias. Y, nosotros, como Morrissey esperando la bomba nuclear, el padre malo que nos castigue y nos diga que se acabó el juego. Y más quejas, más penas y más coartadas para que nadie crezca nunca hasta morirte de manso, viejo e infantil.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain