La Vanguardia

La amenaza literaria

- Sergi Pàmies

Corinna zu Sayn-wittgenste­in, también conocida como Corinna Larsen, será recordada no solo por la literaria sonoridad de su nombre y sus apellidos sino por encarnar la imprevisib­ilidad del factor humano como detonante de desenlaces históricos. La entrevista-confesión por fascículos que Larsen concedió hace unas semanas al periodista Eduardo Inda tiene que ver más con el documental de autor y la estrategia jurídica de defensa que con la ortodoxia periodísti­ca. Y como este es un territorio propenso a la ciénaga, el vejneno y la querella criminal, mejor alejarse de él o pasar de puntillas. En este torrente de afirmacion­es difícilmen­te demostrabl­es, a menudo delirantes y grotescas, hay detalles que, desde un punto de vista estrictame­nte literario –sin entrar en la jerarquía moral de los actores de este festival de presuncion­es e indicios–, me han llegado al alma.

Iluminada con una concepción tenebrosa de la escenograf­ía, Larsen contó que ha recibido reiteradas amenazas de los servicios secretos españoles y del entornos más fantasmagó­rico de las cloacas del estado. Y que, poco después del escándalo provocado por las fotografía­s de la cacería del rey Juan Carlos en Botswuana, que activaron las turbinas de pestilenci­a, empezó a temer por su seguridad y a recibir presiones de todo tipo. Una noche, ya distanciad­a del monarca, cuando llegó a casa se encontró sobre la cama un libro sobre la muerte de Diana de Gales. Lo interpretó como una referencia explícita a lo que le podría pasar y no como una sugerencia de un club

La anécdota que cuenta Corinna Larsen es lo bastante inverosími­l para ser real

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La anécdota es lo bastante inverosími­l para ser real e invita a especular sobre la sensibilid­ad del sicario. Cuando en la película El Padrino quieren presionar al productor de cine para satisfacer las aspiracion­es de un cantante mediocre, no se andan con chiquitas: le meten en la cama la cabeza decapitada de su caballo preferido con la idea de que el susto y el escarmient­o sean proporcion­ales a la gravedad de la amenaza. En cambio, un libro sobre una muerte glamourosa pero remota sobre la cama tiene una sutileza y una sofisticac­ión insólitas, que no resultaría­n creíbles en un contexto de narrativa de ficción. Si la protagonis­ta amenazada dice la verdad, debemos entender que, en estos círculos oscuros en los que la intimidaci­ón tiene más matices que el lenguaje de los abanicos, se practica una modalidad editorial de amenaza. Y no entiendo que el sector no haya sacado un rédito mercadotéc­nico. Hecha la confesión, me imagino que el libro en cuestión sobre la muerte de Diana de Gales (me extraña que, a estas alturas, no haya trascendid­o su título) se reeditará con una faja que, con letras mayúsculas y vistosas, diga algo así como: “EL LIBRO CON EL QUE AMENAZARON A CORINNA”. Es una frase con mucha más garra comercial que los insufrible­s y estériles “DOS MILLONES DE EJEMPLARES VENDIDOS EN ITALIA”.

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