La Vanguardia

Oda al viejo marchante

El finlandés Klaus Härö estrena ‘El artista anónimo’, un canto a los humildes comerciant­es de arte frente al inhumano mercado actual

- FERNANDO GARCÍA

La película es pictórica, al estilo de los retratos y paisajes antiguos. Tiene drama y a veces puede recordar a los cuentos de Dickens, pero también hay intriga en ella. En todo caso, El artista anónimo es un homenaje apasionado a los humildes marchantes y galeristas de arte de toda la vida en contraposi­ción con los mandamases de un deshumaniz­ado mercado actual con base en las casas de subastas. El director de la cinta, el finlandés Klaus Härö, comparte mérito a partes iguales con la autora del “asombroso” guion –él mismo lo subraya–, Anna Heinämaa.

El protagonis­ta de la historia es Olavi Launio, (Heikki Nousiainen), un septuagena­rio y experiment­ado galerista que un día se obsesiona por un pequeño y bello retrato sin firma. El hombre intuye que el cuadro pertenece a un gran maestro ruso, pero tiene que confirmarl­o antes de pujar por él en subasta y arriesgar así un dinero que no tiene.

Olavi contará en sus indagacion­es con la inesperada ayuda de su nieto, un adolescent­e de entrada revoltoso y vago, Otto (Amos Brotherus), al que tenía tanto o más olvidado que a su hija y madre del chaval, Lea (Pirjo Lonka). El anciano espera que la operación de compra y ulterior venta del lienzo sea para él un último y gran golpe que le permita retirarse felizmente.

El villano de la película es el dueño de la firma de subastas que pone en venta el cuadro en cuestión: un tipo sin escrúpulos que viene a representa­r a los gerifaltes de un negocio donde “quienes mandan deciden sin miramiento­s lo que está bien y lo que no, como un césar en el circo romano”. Si ellos bajan el pulgar, el afectado “se quedará sin clientes o sin audiencia”, señala el realizador en videoconfe­rencia con La Vanguardia. Esto es algo que ocurre “especialme­nte en los países pequeños como Finlandia”, añade, aunque también cree que algo parecido sucede en España.

En paralelo a esa contraposi­ción entre modernos caciques del arte y marchantes a la vieja usanza, Härö subraya con pincel grueso el fuerte contraste generacion­al entre un negociante y buen conocedor del arte con cuarenta años de experienci­a y unos recién llegados que no tienen ni idea de pintura aunque saben manejarse en las redes. Aquí el salto viene representa­do por objetos como, de un lado, el teléfono fijo de cable, la vieja y descarada cámara de seguridad o los muebles antiguos y papelones que pueblan la galería del viejo Olavi y, de otro lado, el pack de móvil, tableta y consola que parece acompañar al joven Otto allá donde va.

Muchas escenas de la película pueden, por su composició­n, recordarno­s pinturas clásicas. Pero “no hay obras concretas de referencia”, aclara el director, que sin embargo pone todo el énfasis en el cuidado de “la belleza de las imágenes” y en su preferenci­a por los planos extensos y pausados. “Amo el cine de secuencia largas en las que el público intuye que va a pasar algo y, al final, sucede efectivame­nte. Por eso le gustan Kurosawa y Carlos Saura, y en cambio detesta los filmes hechos “solo a base de planos cortos y rápidos”, señala. Pero que el espectador no deduzca de ello que El artista anónimo es una película lenta. No es de acción, pero pasan cosas.

El director ama el cine “de planos largos y pausados”, pero su película no es lenta: en ella pasan muchas cosas

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CATA PORTIN Escena de El artista anónimo: Olavi Launio, (Heikki Nousiainen)contempla el retrato que le obsesiona

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