Emociones interruptus
Sismógrafos apagados; este sábado nos quedamos sin Camp Nou experience. Ni señal sísmica ni agitación cardíaca como en clásicos anteriores. La vibración colectiva se repartirá por la ciudad; cada uno con su experience en casa.
El Camp Nou, el Bernabeu y los bares de barrio se convertían en jornadas como ésta de la Liga en espacios colectivos de socialización emocional, expresión síncrona y colectiva de emociones, y presión de grupo. Las emociones se contagian.
Salíamos del partido como si lo hubiéramos jugado, la reactividad emocional a la que nos entregamos tiene coste; en la grada abríamos compuertas, canalizando y catalizando emociones en dos horas.
Lo que pasaba en el campo se quedaba en el campo, que no se sepa de nuestras rabias guardadas, inseguridades que aprietan o rivalidades profesionales. Así somos como seres emocionales: retenemos y explotamos.
Hemos normalizado ésta, como tantas otras válvulas de escape emocional. Las emociones necesitamos dejarlas ir; son clave en nuestra vida e impactan en nuestra capacidad de pensar y rendir, en nuestras decisiones, en la forma de comunicarnos y relacionarnos con los demás y en nuestra salud física y mental. Las obedecemos más de lo que creemos, también fuera del campo y de la grada.
Este clásico será diferente, partido en blanco y negro. Ni contagio, ni euforia compartida, neutralidad emocional y sin desahogo colectivo. La pasión y el engagement de la afición disminuye cuando ésta se dispersa. En la distancia, la afición pierde alineación y el equipo pierde la reverberación emocional colectiva, que es motivación intravenosa, tan necesaria en este cambio de ciclo. La vibración emocional colectiva supera la suma de pequeñas vibraciones individuales. Nos tocará hacerlo solos, como solos estamos de lunes a viernes, sin gradas ni árbitros que nos ayuden a gestionar nuestras emociones.
Las emociones se pueden gestionar y necesitamos hacerlo. Necesitamos reconocerlas e identificarlas in situ, cuando están sucediendo; comprender qué significan, qué están diciendo de nosotros y qué las ha motivado; expresarlas en su momento oportuno y con las personas oportunas; aprender a convivir con ellas, aceptándolas y responsabilizándonos de ellas; decidir conscientemente qué hacemos con ellas, e invertir en calidad emocional en nuestra vida y en nuestra sociedad. Las emociones requieren de espacios individuales, de silencio, consciencia y reflexión interior.
Menos ruido y seísmo, más cultura emocional colectiva y en las gradas.
En la distancia, la afición pierde alineación y el equipo pierde la reverberación emocional colectiva