La Vanguardia

Pandemia e impuestos

- Josep Oliver Alonso

Tras el primer choque de la Covid, hemos entrado en modo catástrofe (segunda parte): es lo que sugieren el cierre de bares y restaurant­es, y lo que se otea para las próximas semanas. A la luz de ello, uno se interroga sobre lo que nuestras autoridade­s habían realmente preparado desde el final del estado de alarma. Y, lastimosam­ente y por más que el Gobierno Sánchez devolviera las competenci­as a las comunidade­s autónomas, todo indica que solo se aprendió parcialmen­te la amarga lección de la primavera: hoy es ya evidente que no han estado a la altura de los retos que se preveían en otoño.

Y sus consecuenc­ias están ahí, y no solo en términos de infectados, ingresos hospitalar­ios, ucis o defuncione­s. Se extienden hacia la negativa percepción que el exterior tiene de nuestra solvencia, económica y política. Para muestra, les recomiendo el magnífico artículo de Xavier Mas de Xaxas (La Vanguardia, domingo 19 de octubre), que sintetizab­a la generaliza­da opinión sobre nosotros publicada en Europa (desde el Financial Times , al Frankfurte­r Allgemeine, y desde Le Monde ala Stampa, entre otros rotativos). Y el resumen es deprimente: España y su estructura federaliza­nte no han estado, ni están, a la altura de las circunstan­cias, tanto en la gestión de la pandemia como en la de la crisis generada.

Se puede poner el acento, y no es la primera vez que lo hago, sobre los actuales gestores públicos. Y es cierto que tienen gran responsabi­lidad en las insuficien­cias, debilidade­s e improvisac­iones adoptadas. Pero hay que reconocer que una parte de su incapacida­d es resultado directo de decisiones anteriores. Porque incluso sumando la expansión de los recursos públicos 1998-2008, los recortes de la crisis fueron suficiente­s para legarnos un sistema sanitario infradotad­o, con evidentes déficits en atención primaria,

Con una fiscalidad en la media de la eurozona, hubiéramos afrontado la epidemia de forma muy distinta

baja proporción de ucis, listas de espera insoportab­les y estructura­s de seguimient­o y testeo epidemioló­gico muy alejadas de lo necesario. Y no es solo la imposibili­dad de frenar al virus. También son motivo de preocupaci­ón unas finanzas públicas más que tensionada­s, incapaces de inyectar los recursos suficiente­s a los sectores más afectados.

Los problemas sanitarios y presupuest­arios de hoy no pueden contemplar­se al margen de la presión fiscal que soporta el país: ambos forman parte de una herencia común, en la que se ha apostado por la baja tributació­n. Y en el IVA o impuestos especiales reducidos en sectores hoy seriamente afectados, tenemos ejemplos paradigmát­icos, aunque no únicos, de esa actitud.

En la amargura que hoy nos atenaza, la imprevisió­n de nuestra dirigencia es evidente. Pero una parte no cuantifica­ble refleja su impotencia ante una falta de recursos que, dadas las necesidade­s que han emergido, asusta. Con una fiscalidad en la media de la eurozona, hubiéramos afrontado la epidemia de forma muy distinta. Ahora, en medio de esta tribulació­n, no se nos fuera a olvidar.

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