La Vanguardia

El final del silencio

El extesorero de CDC Daniel Osàcar decide hablar al sentirse abandonado por los dirigentes del partido

- SANTIAGO TARÍN

En las películas bélicas es frecuente ver como los soldados luchan por rescatar a sus compañeros heridos o prisionero­s. Nadie queda atrás, es la frase que repiten. En el mundo de la corrupción no pasa lo mismo: de los implicados en las causas judiciales no se acuerda nadie. Y este es uno de los motivos principale­s por los que se rompe la ley del silencio que impera y que favorece la impunidad de la corrupción. Es la causa por la que Daniel Osàcar, extesorero de CDC, condenado en el caso Palau e imputado en otras dos causas, ha quebrado su mutismo.

Daniel Osàcar tiene 85 años. El pasado mes de abril, el Tribunal Supremo le impuso una pena de tres años y seis meses por el caso del Palau de la Música, lo que le obligó a ingresar en prisión el 25 de junio. Desde el pasado septiembre está en tercer grado. Su trayectori­a en la extinta Convergènc­ia Democràtic­a de Catalunya es larga. Ingresó en el partido con Pujol, con quien trató, y fue miembro del consejo nacional. Cuando Artur Mas ocupó la secretaría general del partido fue designado adjunto a este cargo y, al fallecer repentinam­ente el tesorero de la formación, Carles Torrent, el 2005, le propusiero­n reemplazar­lo en este cometido, a lo que en principio se opuso, si bien luego aceptó cuando el propio Mas le insistió. En un documento que obra en la causa,

Artur Mas reconoce que la propuesta fue suya.

Tesorero de un partido político es hoy en día un empleo de alto riesgo. Los últimos que han ocupado esta responsabi­lidad en el PP han pasado por los juzgados, en especial Luís Bárcenas. Lo mismo ocurre con los convergent­es. Osàcar y su sustituto, Andreu Viloca, tienen causas pendientes. Es cierto que hay una diferencia fundamenta­l: los populares tienen jugosas cuentas corrientes y los de CDC no. Tal vez, en el caso de Osàcar, esto se explica por sus profundas creencias religiosas y nacionalis­tas, y así pensó que tenía que asumir tareas poco claras.

Osàcar es un creyente en Dios y en el país, cuentan quienes le conocen. Pero hay un punto de inflexión en su fe política: el caso Palau de la Música. La Audiencia de Barcelona le condenó porque consideró que era responsabl­e del cobro de comisiones de CDC a cambio de la concesión de obra pública por medio de la institució­n cultural, al no quedar acreditado que cargos superiores en el partido participar­an en la operación, un criterio validado posteriorm­ente por el Tribunal Supremo. La pregunta es si es posible que unas decisiones de este tipo las pudiera tomar él.

Durante el juicio, Daniel Osàcar era un hombre triste, de mirada perdida, que no pudo dar explicacio­nes razonables a lo ocurrido. Pero para él lo peor vino tras la condena. En prisión compartió celda con

Félix Millet, el que presidió el Palau y con el que marcó distancias durante las sesiones. Pero nadie del partido le llamó tras la condena, aseguran sus allegados. Y, además, ha tenido que hacerse cargo de las multas que llevó aparejadas la sentencia y que abona a plazos de su propio peculio. Y, según los investigad­ores del caso, ni un euro fue a parar a su bolsillo. Se le miraron las cuentas y se buscó su patrimonio y el de su familia. No había nada irregular. Osàcar sintió que le habían dejado atrás, que se había quedado solo: un soldado abandonado.

La cuestión es que no acaba aquí su desfile por los juzgados. Por el caso del 3%, otro asunto de cobro de comisiones, fue detenido en octubre del 2015 y se sentará de nuevo en el banquillo, y encima se ha abierto una nueva causa derivada de esta.

La Audiencia Nacional inició otra investigac­ión por el blanqueo del dinero procedente de las comisiones. Un método era que los dirigentes de la formación se presentara­n en el partido y depositara­n cheques por, normalment­e, 3.000 euros que declaraban como donación, y a cambio Osàcar les daba la misma cantidad en efectivo. La sospecha es que este dinero procedía de las comisiones, pero de esta forma aparecía como lícito. Un sistema igual al que empleó el PP en Valencia y que se conoce como pitufeo.

Desde el partido se decía que Osàcar era un hombre de conviccion­es y que no diría nada. Pero, al ser citado de nuevo a declarar como investigad­o, Osàcar ya no ha callado y ha señalado que Germà Gordó, que entonces era gerente del partido, fue el impulsor del procedimie­nto. Y añadió que el partido estaba fuertement­e jerarquiza­do, lo que implicaba indirectam­ente que el secretario general y expresiden­te de la Generalita­t Artur Mas debía estar al tanto. En el documento aludido anteriorme­nte, Artur Mas señaló que Gordó y Osàcar dependían directamen­te de él, que tenían competenci­as diferentes y que le rendían cuentas a él, al comité ejecutivo y al consejo nacional del partido.

Convergènc­ia es un partido devastado por la corrupción, que es una de las causas fundamenta­les de su desaparici­ón. La formación está en concurso de acreedores y sus antiguas sedes están embargadas por el caso del Palau de la Música. Procesos judiciales como el de la entidad cultural, del 3%, de la fortuna de la familia Pujol y el del pitufeo han puesto de manifiesto un sistema irregular de financiaci­ón, de cobro de comisiones a cambio de contratos públicos. Un método que precisaba de una ley del silencio para funcionar y que ahora Osàcar, el hombre discreto que gestionaba las cuentas, ha empezado a romper.

LAS PENAS

El extesorero de CDC está pagando las multas del caso Palau de su propio peculio

EL ABANDONO

Los allegados a Osàcar dicen que nadie del partido le llamó tras la condena del Palau

LA DESIGNACIÓ­N

Artur Mas reconoció que le nombró responsabl­e de las cuentas convergent­es

 ?? ANDREU DALMAU / EFE ?? Daniel Osàcar, el día en que declaró por el pitufeo
ANDREU DALMAU / EFE Daniel Osàcar, el día en que declaró por el pitufeo

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