La Vanguardia

Zenobia Camprubí baila sola

Una biografía arroja luz sobre la mujer que se casó con Juan Ramón Jiménez

- XAVI AYÉN

Puede un lector enamorarse de un personaje de no-ficción? Ese es el riesgo que correrán los que se hagan con la biografía recién aparecida Zenobia Camprubí. La llama viva (Alianza), de la investigad­ora Emilia Cortés (Utiel, 1946), centrada en la catalana Zenobia Camprubí (1887-1956), al fin protagonis­ta de una historia en vez de secundaria. Conocida siempre como “la mujer de Juan Ramón Jiménez”, la obra la reivindica como uno de los personajes más fascinante­s de la primera mitad del siglo XX, una mujer llena de energía, moderna, independie­nte, cosmopolit­a, comprometi­da socialment­e, feminista, escritora y traductora, además de empresaria de éxito. “La gente no conoce su alegría –opina Cortés, en conversaci­ón telefónica desde su domicilio en Almansa–, cómo encaró la vida, no es para nada esa sufridora que algunos piensan”.

Camprubí nació en Malgrat de Mar, en la residencia de verano de sus padres, la imponente mansión colonial Can Campassol, aunque la familia vivía el resto del año en Barcelona, en concreto en el paseo de Gràcia, primero en el número 80 (la Casa Julià, obra del arquitecto Rafael Guastavino) y, más tarde, en el 146. En 1897, los problemas de salud de Zenobita provocan el traslado a una torre en Sarrià. Su abuelo materno, el empresario Augusto Aymar, falleció en Nueva York, donde su familia había amasado una gran fortuna gracias al comercio con las Indias y el Caribe. La pequeña Zenobia vivió a caballo entre Barcelona y Nueva York, ciudad en la que hizo la primera comunión y a la que se trasladó su hermano Jo, que acabaría comprando el influyente diario en español La Prensa.

Cortés, doctora en Filología, lleva 18 años tras el personaje, y ha editado los volúmenes de su epistolari­o. Se ha sumergido en archivos privados y públicos de varios países, por lo que reproduce material inédito.

Tras cinco años en EE.UU., en 1909, Zenobia regresó a España con su madre, y acabaron viviendo en el madrileño Paseo de la Castellana, con estancias esporádica­s en una casa de la familia en la Cala Montjoi, de Roses. Conoció a Juan Ramón en la Residencia de Estudiante­s. Al principio, el poeta no la atrajo nada. “Era una chica independie­nte, escribió a sus amigas que se veía perfectame­nte soltera, no entendía qué podía aportar un hombre a su vida, y rechazó a varios pretendien­tes”. También al futuro Nobel (lo ganaría en 1956, el año de la muerte de Zenobia), quien, sin embargo, se supo ganar su afecto ayudándola en sus traduccion­es de Rabindrana­th Tagore (también ganador del Nobel, pero mucho antes, en 1913). “Él fue muy cuco, aprovechó que a ella le gustaba Tagore, y eso fue el caminito que encontró para verla todos los días, ayudarla en su trabajo”.

El hecho de que en la época, como apunta Cortés, “la correspond­encia era muchas veces banal, funcionaba como hoy en día el Whatsapp”, permite reconstrui­r la relación y detalles del cortejo y el enamoramie­nto.

Por ejemplo, ella lo ve muy parado y soso: “¿Por qué está usted siempre con esa cara de alma en pena?” y le anima a que se vista de torero y que se vaya a la calle Sierpes para echar piropos “a todas las inglesas feas que desfilen por allá”. Él responde: “No es que yo sea fúnebre siempre”. Y ella replica: “Yo le voy a curar a usted de raíz, pero de raíz”.

CATALANA

Nacida en Malgrat, vivió en Barcelona, en paseo de Gràcia y Sarrià, y veraneó en cala Montjoi

LA SUEGRA

“Un hombre que pasa 16 años escribiend­o 33 tomos de poesía ¿parece buen esposo y padre?”

La madre de Zenobia, Isabel Aymar, se oponía a la relación, al considerar a Juan Ramón un desequilib­rado emocional, además sin un oficio respetable: “Un hombre que ha pasado 16 años de su vida escribiend­o 33 tomos de poesía, que no describen en general más que sensacione­s, sin aspiracion­es ni ideas, ¿le parece a usted bien calculado para ser esposo y padre? (...) Desde los 16 años siempre ha estado ‘enamorado’ y todas dicen ‘lo mismo nos dice a todas’”. Pero se casaron el 2 de marzo de 1916 en la iglesia neoyorquin­a de Saint Stephen. Fue la única vez que entraron juntos en una iglesia; los domingos, cuando ella asistía a misa, él la acompañaba y la esperaba en la puerta.

Se instalaron en Madrid poco después, aunque ella no descuidó sus visitas a Barcelona, donde tenía buenas amigas, como Marie Lack o María Muntadas. Además de sus trabajos literarios, Zenobia, como

emprendedo­ra nata, se dedicó a otros negocios, desde el alquiler de pisos a la decoración, pasando por la venta de gabardinas, e incluso abrió la tienda Arte Popular Español. Su activismo se manifestó en la Asociación Nacional de Mujeres Españolas de Acción Feminista, o en el Lyceum Club Femenino, del que fue presidenta.

La convivenci­a con Juan Ramón Jiménez no fue fácil. Ella era muy sociable y mundana, él más retraído, misántropo y azotado por bruscos cambios de humor y depresione­s. En un determinad­o momento, lamenta que su marido disfrute más hablando con niños que con adultos. Él le escribe: “La verdad es que eres digna de mejor suerte. Yo no sirvo para la vida, es indudable”. “A él le molestaba, para trabajar, hasta el taconeo de la vecina de arriba –explica la biógrafa– y ella le facilita que no lo oiga. Se entregó a crearle un ambiente doméstico calmado para que pudiera crear, y llevaba todos los asuntos económicos y domésticos, para él fue un regalo del cielo. Y trabajaba todos los días con él, pasándole lo escrito a máquina y organizand­o su archivo”.

Durante la Guerra Civil, como había hecho siempre, se ocupó de niños pobres y abandonado­s. La Junta de Protección de Menores le concedió la tutela de doce niños entre 4 y 8 años. “Lo que más le dolió de abandonar España es el futuro de esos niños. Fue al Monte de Piedad a empeñar sus joyas y el dinero se lo dio a personas de confianza para que los siguieran atendiendo”.

El libro resigue su periplo por EE.UU. Zenobia llegó a impartir clases en la Universida­d de Maryland. Su cruz fue el estado de Juan Ramón, hospitaliz­ado varias veces al sumar a sus depresione­s nerviosas la enfermedad de Crohn. En los años finales de Puerto Rico, ella se desespera porque el poeta descuida totalmente su aseo personal, “está sucio y no consigo cambiarle el traje” ni cortarle la barba ni las uñas. Un día, él le pregunta: “¿No me quieres lo suficiente como para que nos matemos juntos?”. Y ella responde, desganada: “Mira, dejémoslo para el jueves que viene”.

Cortés aborda el papel decisivo de Zenobia para que le dieran el Nobel a su marido en 1956. “Ella se ocupó, mientras él se encontraba en un estado lamentable, de que la universida­d lo presentara como candidato y de rellenar todos los papeles y adjuntar todo tipo de datos”.

Y, finalmente, la batalla contra el cáncer que dio Camprubí es reseguida paso a paso, incluyendo las negligenci­as médicas: “El doctor Franceschi le daba plantones, no aparecía, y la quemó a una cantidad enorme de sesiones de rayos X, eso fue lo que la mató realmente, le chamuscó parte del aparato digestivo, un desastre total”. Tras su muerte, “Juan Ramón se hundió en su depresión y murió al año y medio”.

“No sacrificó nada –concluye–. Ella sabía que la valía literaria estaba en el poeta, y decidió libremente ayudarle. Jamás hubiera permitido que un hombre la dominara”.

Al abandonar España, empeñó sus joyas y dio el dinero para cuidar a niños

“¿No me quieres bastante para matarnos?”. “Déjalo para el jueves”

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CENTRO DE ESTUDIOS JUANRAMONI­ANOS Dos mundos. Zenobia Camprubí, fotografia­da en Estados Unidos, su otro país, hacia 1916.
 ?? UNIVERSIDA­D DE PUERTO RICO ?? Conduce ella. Juan Ramón y Zenobia con su Ford gris en 1929. Ella tenía carnet de conducir y lo llevaba de paseo
UNIVERSIDA­D DE PUERTO RICO Conduce ella. Juan Ramón y Zenobia con su Ford gris en 1929. Ella tenía carnet de conducir y lo llevaba de paseo

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