La Vanguardia

Somos esenciales

- Susana Quadrado

Los periodista­s somos como las vacas: solo sabemos dar leche. De modo que la informació­n es blanca y en botella. Ya no recuerdo dónde ni de quién lo leí, pero ahora me da ternura escribirlo. No hay experiment­os con gaseosa como no hay vacas que den vino. Tampoco la leche mejora su calidad si le añades agua. Ni idea de cómo se hace otro periodismo distinto al que practicamo­s aquí. Otro periodismo, uno sin periodista­s, es tanto como pensar que la sociedad puede crecer fuerte y sana si no bebe leche. Uno da sentido a la otra, y viceversa: se necesitan.

Hay poco de metafórico en este artículo. Al igual que a muchos miles de personas en España, esta crisis tan cruel también ha tocado de lleno al oficio en el que servidora milita. Los de mi generación somos analógicos, nos hemos tenido que digitaliza­r a la fuerza, y sin trucos de magia: músculo, profesiona­lidad y horas. Aun así ahí vamos, al lío, ofreciéndo­les un gran diario digital, otro de papel, en castellano, en catalán. En coreano, si conviniera.

Este sector lleva tocado desde hace demasiados años por errores propios, en efecto, pero sobre todo porque una parte de esta sociedad hipovitami­nada de valores ha aborrecido la leche, le bastan las recetas de los gurús de la gallina, los de la tortilla sin huevos, los del señor de Palencia que desde Twitter nos dice qué es noticia y qué no cuando en realidad no nos da nada que llevarnos a la boca.

El oficio de periodista es hermoso. Porque el nervio engancha, tanto que solo así se entiende que a veces aguantemos lo indecible y vuelta a empezar al día siguiente. Lo ingrato de esta profesión es que informamos de lo mal que les va a todos los demás, contamos sus miserias pero no las nuestras. Nuestros males se lloran en silencio, no así los errores. Nunca nadie nos reivindica, no hay titulares que denuncien la precarieda­d. Al contrario, la mínima torpeza de un día se eleva a categoría como excusa para demonizarn­os. A menudo recibimos lecciones de gente con mala leche que no tiene ni idea de qué es una redacción, que no sabe lo que cuesta sacar a diario un producto intelectua­l de este calibre.

Por eso van estas líneas.

Para recordarle, querido lector, que esta panda de periodista­s que intentamos cada día arrancarle un sentimient­o distinto en cada página le necesitamo­s, incluso más que usted a nosotros, que es mucho. No nos abandone por el señor de Palencia y, por favor, pague por leernos, el periódico lo vale.

Por algo somos esenciales.

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