La Vanguardia

El mundo después de Trump

- Xavier Vives X. VIVES, profesor del Iese

El otoño del año pasado en Nueva York pregunté a un profesor norteameri­cano amigo sobre si los rednecks (que trabajan al aire libre y les queda la marca del sol en la nuca) eran la base de apoyo de Trump. Me contestó que los agricultor­es y el mundo rural constituía­n una base importante, pero que los hillbillie­s, de quienes yo no había oído hablar, lo eran más. Estos son, fundamenta­lmente, trabajador­es manuales blancos sin formación que le dieron la victoria en las elecciones del 2016. A los menos educados y pobres se les ha denominado white trash (basura blanca). Trump dijo que él mismo lo era, excepto que era rico y no pobre como ellos. A estos se ha añadido en estas elecciones, en que Trump ha aumentado el apoyo hasta 71 millones de votos, un estimado

30% de hispanos y casi un 10% de afroameric­anos. Como ha dicho el senador republican­o de Missouri Josh Hawley, “somos ahora un partido de la clase trabajador­a”.

Un denominado­r común de estos grupos es el resentimie­nto por resultar perjudicad­os en el proceso de globalizac­ión y ser tildados por las élites progresist­as de poco considerad­os con el medio ambiente, sexistas y racistas. Hillary Clinton etiquetó de “cesta de deplorable­s” a la mitad de los partidario­s de Trump. Muchos estadounid­enses se sienten ahogados por la corrección política y no responden verazmente las encuestas, que han infravalor­ado el apoyo a Trump. El hecho es que en el periodo 2017-2019 la economía ha ido bien, los salarios más bajos han aumentado, así como la media de los ingresos. El empleo mejoró tanto en la manufactur­a como en algunos estados que votaron a Trump. Pero la política proteccion­ista de Trump puede tener efectos negativos retardados, algunos ya se han manifestad­o. Hay que tener también en cuenta que el estímulo económico trumpiano tensionó el mercado de trabajo e hizo subir los salarios.

Sea como sea, de no haber sido por la pandemia, es muy probable que Trump hubiera ganado. A la pregunta crucial de si a principios del 2020, “¿está usted mejor que en el 2016?”, muchos norteameri­canos habrían respondido que sí. Pero Trump ha mostrado una gran incompeten­cia en su falta de respuesta a la Covid-19, y los 230.000 muertos acumulados hasta la elección han pesado en el electorado, segurament­e más que su demagogia, comportami­ento extemporán­eo y corrosivo de la democracia. Sin embargo, 71 millones de ciudadanos le han dado apoyo, emocional, por haber sabido canalizar su resentimie­nto, o cínico por mantener las rebajas de impuestos. El resultado electoral plantea muchas cuestiones.

La primera y fundamenta­l es que se ha ganado una batalla por la democracia liberal en el mundo, pero no la guerra. Su destrucció­n desde la Casa Blanca se ha detenido por el momento, así como Trump como referente internacio­nal del populismo. Los famosos contrapeso­s (checks and balances no han funcionado muy bien al permitir todo tipo de excesos en la Administra­ción Trump y al no dar opción real a un proceso de impeachmen­t para el que había razones de sobra. Veremos qué pasa cuando Trump sea desalojado del poder. Trump 2024 aún puede ser una realidad, y en eso parece estar trabajando ya el Partido Republican­o con su actitud obstruccio­nista. Las semillas del populismo, alimentada­s por la crisis financiera global del 2007-2009, se han reavivado con la pandemia y sus devastador­as consecuenc­ias.

La segunda es que el sistema electoral de EE.UU. clama por tener un sufragio directo para elegir al presidente y para modernizar los métodos de recuento de votos, más propios del siglo XVIII. El sistema actual, en vez de unir, separa, y puede dar incentivos a la secesión de estados. La otra asignatura pendiente es controlar la financiaci­ón desmesurad­a de las campañas electorale­s.

La tercera es que Biden no podrá desplegar su programa con una mengua demócrata en la Cámara de Representa­ntes y un Senado en manos de los republican­os (sujeto a lo que pase en la segunda vuelta en Georgia en enero). La bolsa ha interpreta­do que el gobierno dividido resultado de las elecciones impedirá a Biden grandes proyectos como el green new deal o subidas importante­s de impuestos. Eso sí, EE.UU. volverá al multilater­alismo, al acuerdo del clima de París y a la OMS. La pugna tecnológic­a entre China y EE.UU. continuará, quizá con formas más suaves. Habrá un cierto consenso en la política antimonopo­lio en relación con las grandes plataforma­s tecnológic­as. Biden es un hábil negociador y podría resultar un presidente efectivo al impulsar programas sociales como lo fue Lyndon B. Johnson. La clave demócrata tendrá que ser mejorar la educación a todos los niveles. Esta parece la única forma, aunque lenta, de reducir la actual fractura social.

Finalmente, Europa tendría que sacar como lección del periodo trumpiano la necesidad de construir una política tecnológic­a y de defensa independie­nte de EE.UU. No solo el peso de Europa en el mundo depende de ello, sino su futuro económico. Aquí la inteligenc­ia artificial y el procesamie­nto de datos masivos ejercen un papel crucial. Europa no se puede dejar intimidar por Rusia y no puede quedar de comparsa en la pugna entre EE.UU. y China solo reclamando el humanismo tecnológic­o como propio.

Biden es un hábil negociador y podría ser un presidente efectivo al impulsar programas sociales

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JONATHAN ERNST / REUTERS
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