La Vanguardia

Un triste final

Llopart pasó dificultad­es en los últimos años de su vida

- ORIOL DOTRAS

Canet de Mar despertó ayer en medio de la confusión. Muchos de los habitantes de la localidad del Maresme se habían acostado la noche del martes conociendo la trágica noticia de la muerte de Jordi Llopart. Fue comprando en el mercado semanal o paseando por alguna de sus rieras donde descubrier­on que su conciudada­no no había fallecido. Lo haría horas más tarde al no superar el infarto que sufrió mientras comía el pasado 7 de noviembre.

Hospitaliz­ado desde entonces, nada hacía presagiar una mejoría. Sin embargo, la informació­n publicada erróneamen­te “apenó” aún más a la familia del exatleta. Su hermano Moisès tuvo que salir a desmentirl­a. Por entonces, la Federación de atletismo (RFEA) ya había lamentado su fallecimie­nto antes de tiempo a través de las redes sociales. También su presidente, Raúl Chapado, o Irene Lozano, presidenta del Consejo Superior de Deportes, que borró el tuit después. La RFEA no lo hizo hasta confirmars­e su muerte. “Se les fue de las manos. No costaba nada hacer una llamada a su hermano, era un momento”, reprochan fuentes cercanas a la familia. Un hecho que viene a demostrar su distanciam­iento con el atletismo más institucio­nal.

Todo lo contrario sucedía con sus coetáneos de la marcha y los compañeros que vinieron después, con quienes Llopart mantuvo durante toda su vida una excelente relación.

Como hizo su familia, estuvieron siempre en los momentos difíciles a su lado. Hace seis años, sin trabajo, confesaba sobrevivir con una pensión de 426 euros al mes tras regresar de México. Su etapa posterior como asesor de atletas japoneses tampoco duró lo deseado debido a sus problemas personales, algunos relacionad­os con el alcohol –como él mismo reconoció–, un escollo a la hora de obtener trabajos estables.

Gente de su entorno asegura que empezó a caer en desgracia el día que se quedó fuera de Barcelona ‘92. “Competir en su ciudad pese a su edad era su sueño. Para él fue como recibir una puñalada”. Era el principo del fin de su carrera. Pasó de ser uno de los deportista­s españoles más relevantes a caer en el olvido. “Era una gran figura del atletismo, un referente por su manera de marchar gracias al sacrificio y al trabajo de su padre. Luego le costó mucho aceptar esa nueva realidad”.

Una vez retirado era habitual verle entrenar en Canet, aunque en los últimos años, a pesar de su voluntad, cada vez menos. Sí se le vio públicamen­te en el 2015 cuando recibió a su amigo Josep, que regresaba al pueblo tras recorrer 5.000 kilómetros andando por España para recaudar fondos por una buena causa. Lo acompañó en los últimos metros. “Fue un deportista único. Con su simpatía se hacía querer y estaba contento de llevar el nombre de Canet por el mundo”, aseguran desde el consistori­o municipal. pese a la soledad del marchista, Llopart nunca caminó solo. Siempre tuvo cerca a sus allegados.

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