La Vanguardia

¿Qué se espera del presidente?

- Joaquín Luna

Adiferenci­a del Govern, sin apenas barcelones­es, la elección a presidente del Barça parecía, como siempre, un asunto personal de la capital catalana, esa ciudad donde todos nos conocemos –y a veces demasiado–. La teoría se sostendría si no fuese por Víctor Font, de Granollers, candidato grato al independen­tismo, que vería así culminada su apuesta por una Catalunya en la que los barcelones­es pintan poco, un hecho fehaciente que ayuda a comprender la monumental ostia contra el muro.

En las elecciones políticas, el voto se decide con supuesto conocimien­to de causa. La figura del candidato es relevante pero no decisiva. Los demócratas en EE.UU. han tenido grandes candidatos derrotados y ahora han ganado la Casa Blanca con un senador cordial pero justito.

Alcanzar la presidenci­a del Barça no requiere un equipo, una ideología o una trayectori­a profesiona­l brillante, el caso de Joan Laporta, abogado sin grandes méritos y el mejor presidente de la historia, balance en mano. Requiere ser el hombre oportuno en el momento ideal, conjunción que explicaría la presidenci­a de Joan Gaspart, personaje novelesco, capaz de lo mejor y lo peor, al que aún hoy los barcelonis­tas darían un fuerte abrazo, un poco a la madrileña, a pesar de sus trastadas.

De un tiempo a esta parte, uno se está volviendo exigente y algo elitista en vistas de que al intendente de un supermerca­do le preguntan si habla inglés o algo de mandarín y a los candidatos a gobernar Barcelona, Catalunya o España se les disculpa que no terminasen la carrera. Así nos va, claro. Naturalmen­te, no estamos ante una carrera de torpes pero también en

Se admiten ambiciosos y que nadie venga con la patraña de que quiere inmolarse para salvar al Barça

esto hay clases y uno piensa fijarse en sus trayectori­as académicas y profesiona­les, algo que no se mide solo por la pasta.

De un presidente del FC Barcelona, uno espera ahora categoría personal, neutralida­d ideológica, cabeza fría, visión de futuro y algo más que un fichaje estrella tipo David Beckham (menuda trola, aún recuerdo una llamada de la BBC sobre cómo era la ciudad de los Beckham y si tenía buenas tiendas de moda).

También espera honradez y sinceridad sobre las razones de sus candidatur­as para que nadie siga con el cuento de que el club está fatal y yo me inmolo. Se admiten ambiciosos. En este país, la ambición se confunde con las puñaladas traperas cuando lo que suele llevar a las puñaladas traperas es el altruismo. Para altruistas y deliciosam­ente cándidos ya están los socios y los simpatizan­tes.

Y, por supuesto, una personalid­ad que no se meta en líos ni meta en líos al club porque los líos en la vida y en el fútbol llegan siempre solos.

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