La Vanguardia

Los ‘bouquinist­es’ se reinventan

Golpeados por la crisis, los entrañable­s libreros del Sena inician la venta en línea para sobrevivir

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Las hojas muertas se acumulan estos días sobre las vetustas cajas verdosas de los bouquinist­es de los muelles del Sena. Es una estampa triste. Los entrañable­s puestos de libros de ocasión, que forman parte del paisaje de París desde hace cuatro siglos, permanecen cerrados por culpa de la pandemia.

Los casi 230 vendedores intentan reinventar­se para sobrevivir a una de las crisis más duras de su historia. Hace pocas semanas crearon una página web (bouquinist­esdeparis.com) para vender sus libros en línea, aunque no todos se han apuntado a la iniciativa. Les cuesta mucho lanzarse al comercio electrónic­o a aquellos que, ya de una cierta edad, no se sienten cómodos con el ordenador y aún creen que su trabajo es indisociab­le de su halo romántico, de la charla presencial, de la experienci­a sensorial de tocar y oler los viejos volúmenes o revistas que atraen al lector mientras pasea.

“Gozamos de una notoriedad mundial, somos parte del patrimonio de Francia”, destaca, optimista, David Nosek, de 66 años, creador de la web. Este antiguo ingeniero de sonido, bouquinist­e desde hace tres decenios, pretende seguir al pie del cañón pese a las dificultad­es. No quiere oír hablar de la jubilación. “En verano estábamos al borde del desastre por la falta de turistas, que son nuestros mejores clientes –explica–. La web es un complement­o para nuestro trabajo en los muelles. Solo puede aumentar las visitas y las ventas”.

Cada bouquinist­e tiene asignado un segmento de ocho metros en el que caben hasta cuatro boîtes .No pagan alquiler al Ayuntamien­to, pero sí impuestos. La mercancía duerme en las cajas, bajo candado. Se calcula que esta gigantesca librería al aire libre contiene 300.000 artículos, entre libros, revistas, pósters y otros objetos. Un tesoro cultural junto al río.

–¿Qué le gusta más de este trabajo?

–Los descubrimi­entos constantes. Se aprende mucho escuchando a los clientes –contesta Nosek.

Esta filosofía impregna a muchos de sus colegas. “Para mí este oficio no es tanto vender libros como hablar con la gente y estar allí para ellos”, asegura Florence Delaunay, de 53 años. En su “otra vida” anterior tenía una compañía de teatro de marionetas. En el 2012 decidió convertirs­e en bouquinist­e. “Hay personas que solo me compran dos o tres libros al año pero las veo cada semana y conversamo­s –prosigue Florence–. Entre los clientes hay gente mayor y sobre todo mucha gente sola o mal acompañada, je, je”. Ella quiere especializ­arse en libros para jóvenes. “Son los más importante­s para mí, los lectores de mañana”, concluye la vendedora, una de las más activas en anunciar sus productos en la nueva web.

Fernando Otello, de 77 años, lleva 40 en el muelle de los Grandes Agustinos. Tampoco quiere retirarse. “Esto es una pasión, no puedo vivir sin libros”, confiesa.

Hay quien lleva muy poco tiempo como bouquinist­e. Es el caso de Andy, de 45 años. Obtuvo la licencia en mayo, justo al terminar el primer confinamie­nto. “Sí, fue un momento terrible, pero quién lo iba a imaginar”, admite, resignado. Andy pasó 20 años en Nueva York vendiendo sus propias pinturas. Se ha especializ­ado en literatura inglesa y norteameri­cana, así como en libros raros y temas sociales muy específico­s como la vida sexual de las civilizaci­ones antiguas, la prostituci­ón o la locura. De la actividad de bouquinist­e le gusta que “se está en la calle, se está libre”. “Además, no tengo otra opción para sobrevivir –agrega–. Espero que la situación mejore. Si no acabaré como un sintecho”.

Los bouquinist­es resisten ahora desde casa, vendiendo algún libro por teléfono y gracias a la web, a la espera de que el Gobierno relaje las restriccio­nes impuestas a los comercios y puedan volver a los muelles. Saben, sin embargo, que el turismo no se recuperará pronto y que la juventud, salvo excepcione­s, no es muy proclive a comprar libros de ocasión.

Sobre las boîtes cerradas se posan de momento las gaviotas y la hojarasca. Por las riberas del Sena corren quienes aprovechan la hora de deporte autorizada durante el confinamie­nto. Desde el muelle de Montebello, frente a Notre Dame, los andamios y las grúas dominan la vista. Las obras para reconstrui­r la catedral tras el incendio de abril del 2019 parecen ir adelante, por fin. Es un símbolo de esperanza para la ciudad y para el renacer de los sufridos bouquinist­es.

“Para mí este oficio no es tanto vender libros como conversar con la gente”, afirma Florence Delaunay

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JACQUES LOIC / GETTY

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