La Vanguardia

Un barco a la deriva

- Màrius Carol

Un vecino de Vilafranca del Penedès, que el martes se enfrenta a un juicio en la Audiencia Provincial de Barcelona por haber participad­o en los disturbios a raíz del primer aniversari­o del 1-O, ha dicho en una comparecen­cia ante la prensa en el Parlament que no entendía nada: “La misma Generalita­t que nos animaba a salir a la calle al grito de ‘apreteu!’ es la que ahora nos quiere encarcelar”.

En efecto, este ciudadano está acusado de desórdenes públicos, atentado contra la autoridad y lesiones y el Govern le pide cinco años y medio de prisión (siete la Fiscalía). Son una cuarentena de personas las que se encuentran en una situación parecida y las acusacione­s son el resultado de que la Administra­ción está obligada defender a sus funcionari­os, en este caso los Mossos d’esquadra. Este activista de los CDR siguió las consignas del president Quim Torra que pudo escuchar todo el

El Govern va sin rumbo ni concierto en un momento muy delicado de la historia

mundo en un mitin y el resultado es que ahora puede ir a la cárcel denunciado por la Generalita­t que presidía el animador de la acción.

No hay mejor fábula para entender dónde nos encontramo­s hoy, resultado de unos gobernante­s que han promovido la desobedien­cia y los desórdenes públicos, y así es imposible construir nada ni mucho menos levantar un país de calidad.

Catalunya debe de ser el único lugar del mundo que puede prescindir de un presidente, cosa que no sucedió ni cuando Franco suprimió la Generalita­t, pues Josep Irla –en aplicación del Estatut Interior de Catalunya– sustituyó en el exilio a Lluís Companys cuando fue fusilado. Pero Jxcat se negó en redondo a que el vicepresid­ente Pere Aragonès ocupara la presidenci­a para que no pudiera sacar rédito electoral del cargo. De este modo, en el Palau de la Generalita­t hay hasta tres despachos presidenci­ales vacíos: el que ocupaba Puigdemont, el que habilitó provisiona­lmente Torra y el que finalmente fue su lugar de trabajo.

Pero peor que eso es la ineficienc­ia que está demostrand­o el Govern, con consellers que han evidenciad­o repetidame­nte su impericia. El último desaguisad­o es la pésima gestión de las ayudas a los autónomos: solo habían previsto subvencion­es para 10.000 de los 406.000 autónomos que las pidieron, lo que demuestra su desconocim­iento de la realidad económica catalana.

Hemos pasado de aspirar al gobierno de los mejores a otro de los codazos. Las cosas no pueden hacerse peor, hasta el punto de que ni sus activistas más entregados saben adónde les llevan.

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